jueves, 24 de abril de 2014

La muerte soltó su presa

El mismo Emiseno en la homilía sexta habla así: ¡Maravillosa e inefable piedad de nuestro Dios! Había entrado la muerte en el paraíso, más la vida derrotó al infierno, y asumiendo la condición de mortal oyó la ley de la mortalidad, realizando lo que el profeta anunció: '¡Oh muerte, yo seré tu muerte!'[1]. Y así la inicua muerte (que se ufanaba de haber vencido al hombre) soltó su presa, y fue obligada a recluirse en su reino, condenada por su presunto reo, subyugada por su presunto cautivo. Y así atada con sus propios cordeles y enredada con sus lazos, la perdición quedó derrotada cuando engañaba; quedó muerta cuando mataba; quedó deshecha cuando devoraba. Volviendo el Señor al tercer día, trajo para los vivientes el fruto de su peregrinación, y para que todos creyeran que había bajado a los infiernos trajo consigo testigos y pregoneros de la muerte derrotada. Hasta aquí Eusebio[2]. De estas palabras colegimos fácilmente el fruto de la muerte del Señor: fue la causa de nuestra vida, de nuestra resurrección y de nuestra salvación.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 172-3


[1] Os 13, 14
[2] EUSEBIO EMISENO, Homilía XVIII, 21: CCSL 101, p. 214

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