lunes, 23 de mayo de 2016

Sermones de tiempo 134: Santísima Trinidad

        Y no sólo Juan, sino los demás libros de las Escrituras también ¿qué otra cosa proclaman y ensalzan a cada paso, sino los beneficios divinos y las obras de la bondad y la caridad divina, las cuales encienden nuestro amor, alimentan nuestra esperanza en Dios, y  muestran qué bienes tenemos puestos en su misericordia?
      Con esta forma de enseñar quiso indicar el Señor que, aunque el don principal de los bienaventurados sea contemplar a Dios siempre en el cielo, el más importante en la tierra para los hombres piadosos es amarlo. En el cielo se mostrará con el rostro descubierto para ser conocido, de modo que lo vean claramente los bienaventurados; mas en la tierra muestra los beneficios de su bondad y misericordia, para que los hombres le amen ardientemente.
        Hablando san Agustín con Dios de uno y otro conocimiento dice así: Te conocí, Señor, no como eres para ti, sino como eres para mí; te conocí, pero no sin ti, porque tú eres la luz que me iluminaste ( PSEUDO AGUSTÍN, Liber soliloquiorum animae ad Deum, XXXI: PL 40, 890). Es como si dijera: Tú eres en ti mismo inefable e incomprensible, pero en mi eres benigno, suave y misericordioso, eres, en fin, mi salud, mi vida y mi felicidad. De ti, Señor, conocí lo que eres para mí, aunque no haya conocido por eso lo que eres en ti. Conocí lo que empuja mi alma a quererte, aunque no por ello conozca la excelencia y gloria de tu naturaleza.
        Por esta razón el nombre con que el Señor quiso ser llamado en las Sagradas Escrituras nos exige la fuerza de este amor. Este es el nombre, dice, con el que le llamarán, nuestro Señor justo, esto es, Señor de santidad, de justicia, y por consiguiente, autor de nuestra salvación y nuestra dicha.

Bad Wilsnack (Fot: Cristina M.)
        Y como el Señor quiere que pongamos más interés en amarlo que en conocerlo, y en esta vida poco lo podemos conocer, pero sí podemos amarlo mucho, y además el amor tiene más mérito que el conocimiento, debemos, hermanos, en consecuencia empeñarnos todos en ello, y poner en ello día y noche todo nuestro afán, y  al que es creador y padre de nuestra vida y autor de nuestra salvación, que nos hizo a imagen suya, que con su providencia guarda siempre a los que creó, que nos redimió con su muerte, y nos destinó a la felicidad eterna, y nos envió al Espíritu Santo, y nos sustenta con el alimento de su cuerpo sacratísimo, en fin, al que se hizo todo por nosotros, debemos amarlo con todo el corazón, con toda nuestra mente y todas nuestras fuerzas, y entregarnos a él en sacrificio, y estar ansiosos por dar la vida por él mil veces, si fuera preciso en el martirio, para que en pago de este amor podamos llegar a la claridad de la visión divina, que es el premio a una fe sincera.

Fray Luis de Granada: Obras Completas, Sermones de la Sma. Trinidad, t. XXXV , F. U. E., Madrid 2002 p. 82-85

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendia

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