sábado, 30 de marzo de 2013

El velo del templo se rasgó I

Y puesto ya en medio de sus enemigos, ¡qué paciencia mostró en tantos tormentos, qué silencio entre tantas falsas acusaciones, qué mansedumbre entre tantas injusticias, qué gravedad en las respuestas, y qué semblante y mesura en presencia de tan injustos jueces y tribunales! Ni son menos de notar las palabras que habló estando en la cruz[1], tan dignas de quien él era, haciendo oración por aquellos mismos que lo crucificaban y actualmente lo blasfemaban, y ofreciendo el paraíso al buen ladrón, y encomendando la piadosa madre al amado discípulo, y el espíritu en las manos de su Padre, acabando la obra de tan grande obediencia. Todas estas cosas manifiestamente daban testimonio de su inocencia y de la dignidad de su persona; mas mucho más lo dio al  tiempo de la pasión el sentimiento del mundo, la alteración de los elementos, el oscurecerse los cielos, el temblar de la tierra, el quebrantarse de las piedras, el abrirse los sepulcros, el resucitar los muertos, y romperse el velo del templo[2], que de aquella santa humanidad era figura, y así convenía que se rasgase cuando ella padecía, porque tal sentimiento era razón que hiciese el mundo cuando moría en cruz el Criador del mundo.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XI, F.U.E. Madrid 1996, p. 238



[1] Cf. Lc 23, 34, 42-43, 46; Jn 19, 27, 30
[2] Mt 27, 51-53

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