miércoles, 4 de septiembre de 2013

El desagradescimiento

Una de las mayores quejas que nuestro Señor tiene de los hombres, y de que les ha de hacer mayor cargo el día de la cuenta, es el desagradecimiento de sus beneficios. Por esta queja comenzó el profeta Isaías las primeras palabras de su profecía, llamando por testigos al cielo y a la tierra contra la ingratitud y desconocimiento de los malos. Oye, dice él, cielo, y recibe mis palabras en tus oidos, tierra; porque el Señor Dios ha hablado: Hijos crié y ensalcé, y ellos me han menospreciado. El buey conosció a su posesor, y el asno al pesebre de su señor; mas Israel no me ha conocido, ni mi pueblo ha querido entender[1]. Pues ¿qué cosa más extraña que no reconocer el hombre lo que reconocen las bestias? Y, como dice sant Hierónimo sobre este paso, no los quiso comparar con otros animales más entendidos, como es el perro, que por un poco de pan defiende la casa de su señor, sino con los bueyes y con los asnos, que son animales más torpes y rudos: para dar a entender que los ingratos no son como quiera bestias, sino muy más brutos que las más brutas de las bestias.
            Pues ¿de qué pena será merecedora tan grande bestialidad? Muchas penas tiene Dios aparejadas para los ingratos, mas la más justa y más ordinaria es despojarlos de todos los beneficios recibidos, pues no acuden al dador con el debido agradecimiento de ellos. Porque, como dice sant Bernardo, el desagradecimiento es un viento abrasador que seca el arroyo de la divina misericordia, y la fuente de su clemencia, y la corriente de su gracia[2]

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. I, F.U.E. Madrid 1994, p.  223



[1] Is 1, 2-3
[2] In Cant., sermo 51: PL 183, 1027;  Sermo de sep. Misericord.: PL 183, 339

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