sábado, 21 de septiembre de 2013

Jesús dijo a Mateo: Sígueme

Pasando Jesús vio un hombre sentado al telonio, llamado Mateo, y díjole: Sígueme. Y levantándose, siguiólo (Mt 9, 9).

         Refieren las historias de los gentiles que aquel Apeles, celebérrimo entre los pintores antiguos, habiendo terminado el retrato perfectísimo de la reina Elena, pintó también el suyo en la misma tabla muy expresivamente, para que no sólo aquella obra insigne, sino también el artista de la obra pasase a la posteridad. Esto me parece a mí que hizo el evangelista Mateo, quien después de haber propuesto como en un cuadro, para la salud e instrucción de los fieles toda la vida del Salvador, pintándola con vivos colores, se describió también a sí mismo con lenguaje clarísimo, es decir, su vocación admirable[1]. Pero en esto está tan lejos de buscar su gloria en dicha historia, como la buscó Apeles, que con la ignominia del oficio que ejercía expresó también su nombre, que los demás evangelistas silenciaron en atención a su honor. Porque habiendo tenido siempre todos los santos la intención de buscar la gloria del Señor aun con su propia ignominia, todo cuanto se refería a una mayor ampliación de la gloria divina, procuraban predicarlo a grandes voces. Y siendo una gran gloria de la bondad y poder divinos hacer una obra excelentísima de una vil y tosca materia por eso escribieron con cuidado no sólo quienes fueron después que Dios los perfeccionó, sino cómo eran antes. Y así Pablo se llama bien a las claras perseguidor de la Iglesia[2], blasfemo, y el primero de todos los pecadores, para que de esta manera aparezca cuánta bondad y poder fue haber transformado este vaso de ira y contumelia en vaso de elección y de gracia. Así Mateo escribe que él fue publicano, y que estaba sentado a la mesa de los recaudadores de impuestos, en aquel tiempo en que el Señor por piedad inefable y gratuita lo llamó a la función del oficio evangélico y apostólico[3]. Habiendo de predicaros hoy de esta admirable vocación, imploremos el auxilio celestial humildemente por intercesión de la santísima Virgen.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 199-201

Traducción de Donato González-Reviriego


[1] Cf. Mt 9, 9-13
[2] Cf. Co I 15, 9
[3] Cf. Mt 9, 9

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