miércoles, 25 de septiembre de 2013

Pidamos el auxilio celestial a la Virgen

Pero esto se refiere principalmente a su elogio. A nosotros nos interesa especialmente saber, si la sagrada Virgen, situada en tan grande altura, se baja a los ruegos de los parvulillos, que a ella le dirigimos, y si los acoge en el piadoso seno de su amor. ¿Acaso, pues, oh bienaventurada Madre te has olvidado de nosotros? ¿Acaso mueven tus entrañas nuestros gemidos y lágrimas? ¿Acaso nuestras voces llegan a tus castísimos oídos? Porque es un adagio, que con los honores se cambian las costumbres, y que aquellos, que desconociendo los males, viven en la prosperidad, no se preocupan de los miserables. Y así aquel copero del Faraón, que se hallaba preso con José en la cárcel, una vez que se vio en la prosperidad, se olvidó de su intérprete[1]. ¡Oh cuán lejos se halla de esta actitud la clementísima Virgen! Porque Dios, sumo dador de todos los bienes, nunca concede una grande excelsitud sino unida con una grande humildad y con un gran cuidado de los pequeños. ¿Cuánto mayor es, en efecto, la dignidad de los ángeles, que la de los hombres? Sin embargo, éstos continuamente están atentos a ayudar, defender y guardar a los hombres como enseña el Maestro celestial en la lectura del santo evangelio de hoy; Sus ángeles, dice, en los cielos están siempre viendo la cara de su Padre celestial[2]. Así pues, está tan lejos que la suma elevación de la Virgen produzca olvido o desprecio respecto de los hombres, que, antes bien, ha aumentado en gran manera su cuidado y caridad para con nosotros. Porque ¿quién duda, que cuanto mayor es la gloria, también es mayor la caridad y la gracia, y, por ende, mayor la misericordia para con los miserables? Pues esta misericordia, hermanos, necesitamos ahora nosotros, para que deponiendo todo ceño de soberbia y arrogancia, podamos seguir la humildad de la Virgen. Porque esta virtud cuanto más lejos está del afecto de la carne, tanto más necesita del auxilio celestial. Es verdaderamente cosa grande y que excede la facultad del hombre, que los que engreídos por la soberbia hemos venido al sermón, nos retiremos de él con un corazón abatido y humilde. Pues para esto pidamos humildemente el auxilio celestial por intercesión de la santísima Virgen.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 274-5

Traducción de Donato González-Reviriego



[1] Cf Gn 40, 10
[2] Mt 18, 10

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