jueves, 26 de septiembre de 2013

El V Concilio de Cartago

En fin, para no agarrarnos en un asunto tan importante a la sola razón, y para no fantasear que las normas de los concilios y las enseñanzas de los padres antiguos están anticuados, añadiré el decreto del concilio tridentino, congregado en nuestro tiempo para la reforma y cura de nuestras costumbres; en verdad, hace tabla rasa de todas las susodichas excusas. Dice así: Los que reciben el episcopado deben optar por conocer a fondo su oficio y sus obligaciones, y ser conscientes de que han de renunciar a sí mismos, a la riqueza y al lujo, y ocuparse de su grey para gloria de Dios. Y no duden que los fieles se incitarán más a la devoción y a la virtud si ven que sus prelados no piensan en las cosas del mundo, sino en la salvación y bienaventuranza de sus ovejas. Considerando, pues, el concilio que éste es el principal modo de restaurar la disciplina eclesiástica, amonesta a todos los obispos que, reflexionando frecuentemente sobre su oficio, se esfuercen por cumplirlo con su ejemplo y sus hechos que han de ser como una predicación continua, y sobre todo que su tenor de vida sea para los demás ejemplos de sobriedad, de modestia, de continencia y de santa humildad, tan grata a Dios. Por tanto, siguiendo las huellas de los padres del V concilio de Cartago, no sólo manda que los obispos se contenten con un menaje sobrio y una mesa frugal, sino que en todo lo concerniente a su casa y costumbres no haya nada que desdiga de su santo cargo, ni cosa que no huela a sencillez, celo de Dios y menosprecio de las vanidades. Hasta aquí lo que el concilio dice[1], zanjando la cuestión.




Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XV, F.U.E. Madrid 1997, p. 310-3





[1] Cf. Concilii Tridentini sess. XXV, cap. 1: Decreta, ed. Cit., p. 760

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