domingo, 26 de enero de 2014

Hacerse anatema de Cristo

          Volviendo, ya para finalizar, a las claves de estilo y estética literaria que fray Luis articula en su sermón, no podemos olvidar un párrafo descriptivo de la experiencia del Espíritu en los Apóstoles el día de Pentecostés:

…¿qué verían aquellos en cuyas almas resplandecía aquel Sol meridiano con tamaños resplandores? ¿Qué verían? ¿Qué sentirían?¿Qué gustarían? ¿Qué harían viéndose abrasados y transformados en Dios con aquella tan grande luz? Creo cierto que si en aquella sazón no dieran las voces que dieron, o no fueran por especial providencia confortados de Dios, que reventarían y se hicieran pedazos como las tinajas flacas y mal cocidas cuando hierve en ellas un fuerte mosto. Creo cierto que fue tanto lo que alcanzaron de la bondad y nobleza de Dios, y tanto lo que le amaron y desearon agradar que si tuvieran más vidas que estrellas hay en el cielo, con grandísima diligencia y alegría las ofrecieran por Dios. Creo cierto que fue tan grande el celo y deseo que allí tuvieron de la gloria de Dios y de que los hombres conociesen y amasen aquella soberana bondad, y fuesen participantes de aquel bien que ellos gozaban, que cada uno de ellos tomara por partido padecer las mismas penas del infierno por muchos años y hacerse desta manera anatema de Cristo, porque los hombres no careciesen de la posesión y gusto de tamaño bien. Y por esto se daban tanta prisa a decir con tan grande fervor a los hombres en todas las lenguas del mundo la grandeza de las maravillas y noblezas deste Señor, para  traerlos por esta vía a la posesión y participación de tamaño bien. Ardían, morían, abrasábanse, derretíanse, asábanseles las entrañas con el celo de la honra de Dios y la salvación de las almas[1].

        Fray Luis, dominico, cantor en otros sermones de Santo Domingo de la verdadera vida apostólica, nos describe aquí, casi en una sinfonía perfecta, la experiencia fontal del predicador, de lo que debe sentir. Él no ha trazado en el sermón la cuestión eclesiológica del origen de la Iglesia en Pentecostés; solamente ofrece algunos detalles mínimos. Parece que su propósito  con este sermón era llegar a los predicadores. Existen varios indicios al respecto, pero lo delata rotundamente al final del mismo:

            Esta es la escuela donde han de aprender los predicadores a predicar, éstas son las palabras vivas que han de dar vida; porque ni palabras muertas darán vida a ninguno, ni palabras que salen de corazón frío alentarán a ninguno.

Miguel de Burgos Núñez, V Centenario del Nacimiento de Fray Luis de Granada (1504-1588), en Actas del, ed. CajaSur, Córdoba 2005, p. 92



[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras, t. XIII, ed. justo Cuervo, Madrid 1906, p.428

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