viernes, 14 de marzo de 2014

Ana María Schlüter Rodés

      Cuando era una niña. Una vez, en la casa de mis abuelos en Berlín, por la mañana, casi de madrugada, bajé al jardín y vi en el césped una flor amarilla, de esas que no deben salir y ese momento no lo he olvidado en toda mi vida. Luego cuando bombardearon Berlín y nos evacuaron a un pueblo en la Baja Sajonia, allí, en los bosques de hayas, pasé mucho tiempo recogiendo hayucos y eso también era todo un misterio. Ahí empieza. Y más tarde, en Monserrat. Estuvimos en España durante la Guerra Mundial para visitar a la abuela de Barcelona y subimos a Monserrat: me impresionó muchísimo, nunca había visto una cosa tan... 

Gloria Díaz Fernández,  Ana María Schüter Rodés (Entrevista), avivir, nº 253, 2014, p. 33 

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                                           LA MARGARITA EVANGÉLICA 

          En fin, contamos con un tercer argumento: el cronológico. Como vamos a comprobar de seguida, la primera edición de Perla preciosísima es la de Toledo, 1525; la Margarita evangélica, vertida por un anónimo al latín, se publicó en Colonia, 1545. Esta versión divulgó por Europa la Evangelische Peerle, según ya apunté, y fray Luis lo corrobora, en el episodio mentado, pues cita con precisión el título -Margarita evangélica- y uno de los quicios doctrinales del opúsculo flamenco, quicio que no contiene el toledano. Lo que ocurre es mera coincidencia de epígrafes. Sáinz Rodriguez, en su gran Antología de la literatura espiritual española, señala que en torno al pasaje fontal de Mateo (13, 45-46) proliferó una abundante literatura, no bien conocida Ya san Jerónimo, en su comentario al evangelio de san Mateo, aplicó el pasaje de la perla preciosa al seguimiento e imitación de Cristo (Unum autem est pretiosissimum margaritum, scientia Salvatoris, et sacramentum passionis. El fenómeno es permanente en la literatura espiritual, y no es raro que se sigan publicando Perlas, incluso de índole profana.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XVIII, F.U.E. Madrid 1998; Álvaro Huerga, Nota Crítica p. 650

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