LUCRECIA.-¡Por piedad!...No puedo
más. (Cae en el sillón consternada,
sollozando. Pausa larga.)
EL CONDE.- Lucrecia, ¿reconoce usted
al fin la razón que me asiste?...Llora usted… Creyendo que los procedimientos de suavidad serán más eficaces.)
Sin duda expongo mis quejas con demasiada severidad; sin duda interrogo con
altanería…No puedo vencer la fiereza de mi carácter. Perdóneme usted. (Con dulzura.) Ahora no mando…, no
acuso…, no soy el juez…, soy el amigo, el padre, y como tal suplico a usted que
me saque de esta horrible duda. (La
Condesa calla, mordiendo su pañuelo.) Valor…Una palabra me basta…Después de
oírla no he de decir nada desagradable…La
verdad, Lucrecia, la verdad es lo que salva.
LUCRECIA.- (Que después de horrible lucha se levanta bruscamente, y, desesperada y
como loca, recorre la estancia.) ¡Oh no puedo más!...¡Un balcón abierto
para arrojarme!...Huir, volar, esconderme…Este hombre me mata…¡Favor!
EL CONDE.- Bueno, bueno…Veo que
no quiere usted entrar en razón…¿No me contesta?
LUCRECIA.- (Con fiereza, con resolución inquebrantable, parándose ante él.)¡Nunca!
EL CONDE.- ¿De veras?
LUCRECIA.- (Con más energía) ¡Nunca!...¡Antes morir!
EL CONDE.- Bien. (Se sienta con calma.) Pues lo que usted
no quiere decirme yo lo averiguaré.
LUCRECIA.- ¿Cómo?
EL CONDE.- ¡Ah!...Yo me entiendo.
LUCRECIA.- Está usted loco…Su
demencia me inspira compasión.
EL CONDE.- La de usted a mí no me
inspira lástima. No se compadece a los seres corrompidos, encenagados en el
mal.
LUCRECIA.- (Iracunda) Continúa injuriándome, ¡a mí, a la viuda de su hijo!
EL CONDE.- (Levantándose altanero.) La que me habla no es la viuda de mi hijo,
pues aunque la ley, una ley imperfecta, así lo dispone, por encima de esa ley
está la autoridad moral del jefe de la familia de Albrit, que la coge a usted y
la arranca, como cosa extraña y pegadiza, y la arroja a la podredumbre en que
quiere vivir.
BENITO PÉREZ GALDÓS, El
Abuelo, Ediciones Rueda, J. M., S.A., Madrid 2001 p. 68
Verdad
La búsqueda de la verdad es cosa
ardua, pero vayamos a donde nos conduzca esa posible verdad. Toda obligación
humana camina por ese sendero, y así sembramos, navegamos, servimos en el ejército,
nos casamos, y criamos a los hijos cuando el resultado de todo ello es
incierto. Además nos acercamos a aquello acerca de lo que creemos que se puede tener
buenas esperanzas, pero ¿quién le promete al agricultor su cosecha, al
navegante el puerto, al militar la victoria, al marido una mujer virtuosa y al
padre hijos buenos? Marchamos por donde la razón, no por donde la verdad nos
lleva. Las apariencia de las cosas a las que damos crédito engañan. ¿Quién lo
niega?; pero no hallo ningún otro camino por donde dirigir mi pensamiento. A
través de estas huellas debe perseguirse la verdad, pues no tengo otras más
ciertas. Me esforzaré en valorarlas de forma cuidadosa, y no asentiré con
celeridad a ellas. (LUCIO ANNEO SÉNECA, De
los beneficios VII, 33-34)
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XLV, F.U.E. Madrid 2005, p. 540-1
Transcripción y traducción de Ángel L. Soriano Venzal
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