miércoles, 29 de octubre de 2014

Descendió a los infiernos y resucitó al tercer día

        El quinto artículo es creer que descendió a los infiernos. Este artículo es de grande admiración y de gran misterio, que el Hijo de Dios no contento con morir por nos, y morir tal muerte, quisiese aún descender a los infiernos. Grande debe ser el misterio y la razón de esto. Porque cierto parece que ninguna cosa ha hecho Dios que tan grande y tan cierto remedio tenga para alguna enfermedad corporal como el que la consideración y fe de este artículo tiene para alguna enfermedad espiritual, de que muchos hombres de los que juzgamos y tenemos por mejores, son continuamente atormentados. Porque el entendimiento de este artículo es que el alma de nuestro Señor, en cuanto su cuerpo quedó en la cruz y fue puesto en la sepultura, por aquellos tres días descendió al lugar donde los padres y fieles que con esperanza y fe de su venida eran muertos, estaban retenidos. Y esto, porque aún no era ofrecido el gran sacrificio que había de abrir el cielo y hacer libre y franca la vista de Dios, que era la sangre del Redentor. Y que los sacó de allí quebrantando aquellas cadenas, alumbrando aquellas tinieblas, tomando posesión del reino y victoria contra el demonio. En lo cual se muestra manifiestamente la profundísima humildad de Cristo nuestro Redentor y la sed que tuvo de la salvación y redención de los hombres, y la grande voluntad y afición con que por ellos murió, pues escapado ya de la cruz y afrentas en que los malos lo tenían puesto, dejando su cuerpo de tal manera tratado, empleó luego el alma en tanta humildad, que bajó en ella al infierno. Porque aunque Él allá no descendiese como culpado sino como vencedor y triunfador, con todo fue señal de su grande humildad y amor, pudiendo con su mandado dar fin a aquel negocio, ir Él mismo y bajar al lugar tan desterrado del cielo, a la fealdad y oscuridad de la cárcel del demonio, que para él había hecho y deputado, y entrar en aquel lugar donde estaban detenidos los que tenían su fe, y con su misma voz y palabra darles las buenas nuevas, alegrarlos con su vista, sacarlos de allí con su mano, espantar con su presencia al demonio, entrarle en su mismo reino, abrirle y quebrantarle sus puertas para que quedase como saqueado y despojado y sin poder y sin reino. Sin duda, sola esta consideración basta para afrentar y quebrantar todas las soberbias del mundo y para que tengan los hombres que emplean sus vidas en servir a Dios y en hacer bien a sus prójimos, en muy poco lo que hacen, y por muy leves todas las afrentas y trabajos que les acontecieren, y para que se condenen por muy soberbios cada vez que presumieren que hacen alguna cosa. Y los que cansan y se ponen a pensar que basta y es alguna cosa lo que hacen, contentándose y ensoberbeciéndose de eso, pecan propiamente contra la verdadera confesión y sentimiento de este artículo. Y el verdadero aprovecharse de él es pensar que todos los trabajos y obras que por servicio de Dios y bien del prójimo recrecen, son muy leves, abajar y humillar sus pensamientos y corazón y estar ciertos de la bondad y cuidado que el Redentor del mundo tiene de los que en esta vida se encomiendan a Él, pues tanto tuvo de los que tanto tiempo había que eran muertos. ¡Qué cosas se podrían aquí decir de los que por cuasi nada que hacen, se ponen luego a descansar y se desdeñan de entender por sus mismas personas en muchas cosas de las que son obligados, enseñando que basta encomendarlas a otros y que no es razón que ellos se abajen y ocupen en todo!. Mas esto es materia honda, y no hace para aquí mucho al caso.
        Agora digamos la otra parte de este artículo, la cual es creer que al tercer día de su muerte resucitó, que su alma santísima se tornó a juntar con su cuerpo, y vivo y glorificado salió de la sepultura para nunca más morir. El entendimiento de este artículo es que como el Redentor del mundo moría para satisfacer por los hombres, no consintió su eterno Padre que pasado el tercer día, que fue término bastante para que se viese ser verdadera su muerte y fuese más admirable su resurrección, quedase más entre los muertos, sino tornarlo a vida inmortal y gloriosa, pues Él se había ofrecido a muerte tan cruel y tan deshonrada, y que conociese el mundo quién era Aquel a quien había condenado y tenido en poco. Pues por esta causa resucitó al tercer día después de su muerte, de tal manera, que del sepulcro cerrado salió todo vivo Cristo, vencedor gloriosísimo de la muerte y del demonio, del pecado y del infierno, y así fue declarado por Hijo de Dios todopoderoso. Porque como antes Él mismo se había mostrado por muchas maneras y razones, así en su pasión como principalmente en su muerte, ser verdadero hombre pasible y mortal, así en su resurrección se manifestó ser Hijo de Dios y Dios inmortal. Y el que se levanta por su propia virtud no puede ser puro hombre, mas conviene que juntamente sea Dios. Y no solamente en su resurrección se muestra y confirma su inmortalidad y divinidad, mas por esa misma somos nos certificados que verdaderamente resucitamos de la muerte del pecado, porque si aún perseverara en el infierno, permaneciéramos en nuestros pecados, dudosos si verdaderamente nos había alcanzado perdón de ellos o no, y si nos tenía libres del poder de Satanás o no.
        Mas pues resucitó Él sólo por su virtud, vencidos y derribados sus enemigos y nuestros, no hay duda sino que por Él somos redimidos y puestos en libertad, y reconciliados a la amistad de Dios, y justificados. Donde con grande confianza dice san Pablo: Cristo resucitó para nuestra justificación (Rm 4, 25). Y san Pedro afirma que por la resurrección de Jesucristo queda nuestra consciencia segura y aparejada delante de Dios (P I 3, 21).
        Pero allende éste, cogemos otro fruto de la resurrección del Señor, que es resurrección e inmortalidad. Porque si creemos, como dice san Pablo, que Jesús murió y resucitó, así Dios llevará con Él para sí a los que murieron por Jesús. Y como en Adán todos mueren, así en Jesucristo todos tendrán vida (Co I 15, 22). Porque restaurará el Señor nuestro vil cuerpo, haciéndolo semejante a su clarísimo cuerpo, como el Apóstol dice (Flp 3, 21).
       También entendemos por este misterio que así como Él resucitó verdaderamente, así espiritualmente resucitó con Él nuestra vida, nuestra justicia y nuestra paz, y que éste es el fruto que de su muerte sacamos, y que como su muerte y sus trabajos fueron a parar en tan gloriosa y triunfante resurrección, así nuestras penitencias y nuestras obras han de ser para salir por vencedoras y señoras del pecado que es nuestra verdadera muerte. Y los que de tal manera pelean que salen con grande victoria contra el pecado, y grande propósito y perseverancia contra él, son los que se aprovechan de la práctica de este artículo; y los que son tan poco constantes que luego tornan a caer, son los que guardan mal el uso de él, pues resucitan para tornar luego a morir, y no para larga y perpetua vida. También es aquí mucho para notar el concierto que tienen estos misterios y victorias del Redentor, cómo destruyó y venció todos nuestros enemigos y deshizo las pérdidas y cautiverios en que caímos por el pecado. Porque con derramar su sangre, lavó nuestro pecado y pagó la obligación que contra nos tenía, satisfaciendo cumplidamente con esto mismo a su Padre. Por ser crucificada su carne santísima y muerta, venció el poder y maldad de la nuestra, y nos dio poder y fuerzas para vencerla. Por bajar al infierno quitó el poder al demonio y lo depuso de la tiranía y reino que tenía ocupado en este mundo. Y por resucitar de la muerte, venció nuestra muerte y le quitó todo el mal y ponzoña que tenía. De manera que quedaron destruidos todos nuestros enemigos, carne, pecado, infierno, demonio y muerte: para que veáis si es bien que viva descuidado quien tales mercedes ha recibido y tiene que dar cuenta de ellas.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XX,  F.U.E. Madrid 1998 p. 104-9

Transcripción del texto portugués de José Luis de Almeida Monteiro; Traducción del portugués de Justo Cuervo

No hay comentarios:

Publicar un comentario