martes, 26 de abril de 2016

Shakespeare: su visión poética

        Mejor orientado hacia el descubrimiento de la verdad considero a Tillyard cuando supone al Shakespeare de este período como impulsado por el deseo de mostrarnos un mundo coherente y completo, paralelo al de La divina comedia, mediante el desarrollo de temas trágicos que van más allá de sus conclusiones dramáticas naturales y acoplan planos de realidad que ofrecen una perspectiva religiosa (E. M. W. Tillyard: Shakespeare's Last Plays, 1938). De excelente buen juicio y profundidad es, asimismo, la opinión de John Masefield (William Shakespeare, 1954), cuando atribuye el cambio entre las dos modalidaes de Shakespeare a la caridad de alma que la edad trae consigo y al descubrimiento que tarde o temprano realiza todo artista de que todo es ilusión. Y en esta directriz se halla John Vyvyan (The Shakespearean Ethic, 1959), al indicar que el cambio de intención puede ser debido al interés que Shakespeare manifiesta en su última etapa en realzar el valor y el significado de la existencia: en utilizar en un sentido tradicional, religioso, el material trágico para ofrecernos una visión casi teológica y convincentemente poética de la vida.

Esteban Pujals, Drama, pensamiento y poesía en la Literatura inglesa, ed. Rialp, Madrid 1965, p. 130-131

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        Siempre es Fray Luis el predicador que con palabra hablada o escrita exhorta a la perfección cristiana de la vida. Varía, sin embargo, el modo como lo hace. A veces deja hablar a su fervoroso amor de esteta cristiano por las criaturas visibles y rompe a cantar salmos de alabanza; así en tantas páginas de la Introducción del Símbolo de la Fe. Ganivet, otro granadino, veía en la Introducción el paradigma de la Cosmología cristiana: no una clasificación ni una descripción, sino un cántico, donde todos los seres creados se muestren con luz divina, viviendo de un mismo soplo de vida y amor. Hay, en cambio días en que prefiere ser asceta y seguir la vía pedregosa y renuente del contemptus mundi: su lenguaje no es entonces el salmo, sino el treno. Azorín ha condensado en tres famosas plalabras -Miserere, pobre Yorick- la impresión terrible que producen muchos fragmentos del Libro de la oración. Muéstrase más puramente como educador o consejero en otras ocasiones, y entonces sabe hallar a su expresión una manera templada, equidistante del cántico y del treno. Cantor, asceta o consejero es siempre, según su edad, su situación y su propósito, nuestro constante y tornadizo Fray Luis de Granada. Su vida de escritor cumple cristiana y humanamente la sentencia del filósofo tudesco: eadem, sed aliter; es la misma siempre, pero siempre de modo distinto.

Pedro Laín Entralgo, La antropología en la obra de fray Luis de Granada, C.S.I.C., Madrid 1988, p. 280

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