domingo, 24 de febrero de 2013

Lactancio: Del Crucifijo


DEL CRUCIFIJO QUE ESTÁ EN LA ENTRADA DE LAS IGLESIAS
COMPUESTA POR LACTANCIO FIRMIANO

   Quienquiera que por aquí pasas, y subes por estas gradas del templo, espera un poco, y pon los ojos en mí, que siendo inocente, por tus culpas tan cruel muerte padescí. Yo soy aquél que habiendo lástima de la caída miserable del género humano, vine a este mundo a ser medianero de paz y perdón copioso de la culpa común. Aquí se dio una clarísima luz a la tierra, aquí está la imagen de la verdadera salud, aquí soy tu descanso, camino derecho, redempción verdadera, bandera de Dios y estandarte real, digno de perpetua recordación.

  Por tu causa y por amor de tu vida entré en el vientre de una virgen, por ti fui hecho hombre, y por ti padecí terrible muerte, sin hallar descanso en todos los fines de la tierra, sino en todo lugar amenazas y en todo lugar trabajos. El establo y las majadas ásperas de Judea fueron la hospedería de mi nacimiento y las compañeras de mi pobre madre. Aquí entre las bestias brutas tuve una cama de paja en un angosto y humilde pesebre. Los primeros años de mi edad viví en tierra de Egipto, desterrado del reino de Herodes, y vuelto de ahí, gasté los otros en Judea, donde siempre padecía hambre, siempre trabajos y extrema pobreza. Y con esto siempre trabajé por encaminar a los hombres con saludables consejos al estudio de la virtud, acompañando y confirmando mi doctrina con obras maravillosas. Por las cuales cosas la malvada Hierusalem, movida con crueles odios y rabiosa envidia, y ciega con furor, extendió sus manos contra mí, y me procuró en una terrible cruz muerte cruel. La cual si yo quisiere explicar por sus partes, y tú quisieres conmigo acompañarme y sentir todos mis dolores, pon primero ante los ojos los ayuntamientos y consejos de mis enemigos, y las celadas que me armaron, y el precio vil de mi inocente sangre, y los besos fingidos de mi discípulo, y el acometimiento y los clamores de aquella cruel compañía. Piensa también aquellos crueles azotes, y aquellas criminosas lenguas tan aparejadas para mentir, aquellos testigos falsos, y aquel perverso juicio del ciego presidente, y aquella grande y pesada cruz cargada sobre mis enflaquecidos hombros y espaldas cansadas, y aquellos pasos dolorosos con que caminé a la misma cruz. Y después de puesto en ella, mírame levantado en alto y desviado de los ojos de la dulce madre, y rodéame dende los pies a la cabeza por todas partes. Mira los cabellos cuajados con sangre y la cerviz ensangrentada debajo de ellos, la cabeza agujereada con crueles espinas, corriendo hilos de sangre viva sobre el divino rostro. Mira también los ojos cerrados y oscurecidos, y las mejillas afligidas, y la lengua seca y atoxicada con hiel, y el rostro amarillo con la presencia de la muerte. Mira los brazos extendidos, y las manos atravesadas con clavos, y la herida grande en el costado, y el río de sangre que mana de ella, los pies enclavados, y todos los miembros sangrientos.

           Hinca, pues, las rodillas, y adora este venerable madero de la cruz, y besando la tierra sangrienta con boca humilde, derrama sobre ella muchas lágrimas, y nunca me pierdas de vista, ni me apartes de tu corazón, siguiendo siempre los pasos de mi vida. Y considerando estos tormentos y esta muerte cruel, con todos los otros innumerables trabajos y dolores míos, aprende de aquí a padecer adversidades, y tener perpetuo cuidado de tu salud[1].



Basílica de la Caridad de Cartagena

                            
                           
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.V, F.U.E. Madrid 1995, p. 284-5




[1] LACTANCIO FIRMIANO, la atribución de estos versos a este autor no está confirmada en la actualidad

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