domingo, 17 de febrero de 2013

No vive el hombre con pan solo


          LA SUJECIÓN

        La sujeción se coloca entre las formas de los argumentos, porque tiene fuerza de argumentar. Y esta misma se cuenta entre las figuras, porque es de exquisito primor. Frecuentemente usamos de ella en la confutación, cuando respondemos a lo que puede oponerse contra nosotros, con una breve sujeción a la razón. Así, pues, san Jerónimo en la Carta a Heliodoro, en que le exhorta a la vida solitaria, satisface a las tácitas objeciones de este modo: “¿Temes la pobreza? Pero Cristo llama bienaventurados a los pobres. ¿Te amedrenta el trabajo? Mas ningún atleta se corona sin sudor. ¿Piensas en la comida? Pero la fe no teme el hambre. ¿Has miedo de lastimar en el duro suelo tus miembros, consumidos de los ayunos? Mas el señor se acuesta contigo. Pónete horror el desaliñado pelo de tu sucia cabeza? Pero tu cabeza es Cristo. ¿Te espanta la inmensa soledad del yermo? Mas paséate en espíritu por el paraíso. Cuantas veces con la contemplación allá subieres, tantas no estarás en el desierto. Sin los baños ¿se pone áspera y dura la piel de tu cuerpo? Pero el que una vez se lavó en Cristo, no necesita de lavarse otra. Y para responder brevemente a todo, oye al apóstol que dice: No tienen proporción los sufrimientos de la vida presente con aquella gloria que algún día se descubrirá en nosotros[1]”. Hasta aquí Jerónimo.
         Con esta misma figura celebra y alaba san Cipriano a los felicísimos confesores de Cristo, que estaban condenados al trabajo de las minas, por estas palabras: “El cuerpo en las minas no se abriga con cama y colchones, pero con el refrigerio y consuelo de Cristo se recrea. Las entrañas, fatigadas de los trabajos, yacen en el suelo; mas echarse con Cristo no es pena. Sin el uso de los baños se ensucian los miembros, por el sitio e inmundicia desfigurados; mas por dentro espiritualmente se limpia lo que por fuera carnalmente se empuerca. Hay allí poco pan; pero no vive el hombre con pan solo, sino con la palabra de Dios. Falta ropa a los que tienen frío; pero bien vestido y aderezado está el que viste a Cristo. La cabeza medio trasquilada tiene espeluzado el cabello; pero siendo Cristo la cabeza del varón, preciso es que lo que es insignia para el nombre del señor parezca bien en aquella cabeza, cualquiera que sea. Esta deformidad tan aborrecible y fea a los ojos de los gentiles, ¿con qué resplandor será premiada?”[2].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIII, F.U.E. Madrid 1999, p. 210-1
Traducción auspiciada por José Climent





[1] Rm 8, 18 en S. JERÓNIMO, Epist., 14, 10 (ad Heliodorum): PL 22, 354
[2] Mt 4, 4; Lc 4, 4; S. CIPRIANO, Epist. 76, II, 4-5 ( Ad Nemesium)

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