domingo, 10 de febrero de 2013

Rema hacia alta mar II


Habiendo el Señor enseñado al pueblo desde la navecilla de Pedro, dijo a éste: Rema hacia alta mar y echad las redes para pescar[1]. Con estas palabras quiso indicar el Señor la conversión de los gentiles, que habitaban regiones muy distantes. Por este motivo Isaías anuncia que será izada una enseña para los pueblos. Y añade: He aquí que el Señor proclama este pregón hasta los confines de la tierra[2]. Por eso, cuando mandó echar las redes en alta mar, es como si dijera a Pedro, príncipe de los apóstoles: Extiende la red evangélica por toda la superficie de la tierra. A nadie exceptúo, a nadie excluyo del beneficio de mi redención y salvación. Creé a todos los hombres, a todos quiero hacer partícipes de mi felicidad y de mi gracia. ¿Acaso soy Dios sólo de los judíos? ¿No lo soy también de los gentiles? Sí, por cierto, también de los gentiles. Rema hacia alta mar y echad vuestras redes para pescar, no peces, sino hombres; no redes que pongan asechanzas de muerte para los peces, sino redes que conquisten hombres para la vida. Rema hacia alta mar, es decir, hacia lo más interior del mar. Es corrientísimo entender el mar como figura del mundo. Este mar, en efecto, se hincha por la soberbia, hierve por la avaricia, se cubre de espuma por la lujuria y levanta diversas olas y borrascas por las variadas tentaciones de los espíritus inmundos.
         Pues en este mar del mundo mandó el Señor echar las redes para pescar. Y la red con la que son extraídos de este mar los peces está como tejida con variados hilos, no con los de la ciencia o elocuencia humanas, ni con las agudezas de los filósofos, sino con los de las palabras de la celestial doctrina, de los poderes del Espíritu Santo y de las obras milagrosas. Por eso dice san Pablo: Mi palabra y mi predicación no consistieron en persuasivos discursos de la humana sabiduría, sino que fueron manifestación del Espíritu y del poder, para que vuestra fe se funde no en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios[3]. Efectivamente, estas redes apostólicas, como dice Ambrosio, sacan a los hombres de lo profundo de este mar a la luz, y a los agitados por las olas los hacen subir del abismo al cielo[4].
      ¿Quiénes son estos peces que yacen sumergidos en lo profundo de las aguas?. Ciertamente aquellos que nunca levantan los ojos al cielo, que no piensan en absoluto en la vida futura, que no se acuerdan de que han sido creados y modelados por Dios para la vida eterna, que sólo se preocupan, anhelan y desean las cosas de la tierra. Porque al modo como las aves y los otros animales continuamente se preocupan sólo de lo necesario para el sustento, así éstos, como si estuvieran privados de la razón, sólo buscan, con todo cuidado y afán, los bienes terrenos, con los que asegurar la vida corporal. Precisamente a sacarlos del profundo remolino de las aguas para que puedan respirar a pleno pulmón está destinada la red evangélica. Felices en verdad serán aquellos a quienes esta red saca del abismo de los pecados y errores a la luz, del sórdido cieno a la pureza de la vida, de las olas de las pasiones al empeño de una vida íntegra e inocente.
         Así, pues, habiendo mandado el Señor a Pedro echar las redes, él por su parte, respondió: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada; pero, en tu palabra, echaré las redes, etc.[5]. De estas palabras de Pedro claramente se deduce cuánto excede el poder divino la habilidad humana, pues ésta bregando toda la noche no consigue nada y, en cambio, el poder divino hace en un instante lo que la habilidad humana nunca puede realizar, ni siquiera con mucho trabajo. La verdad de esta afirmación la experimentan frecuentemente no sólo los hombres del siglo en sus proyectos y empresas, sino también los hombres espirituales, que se consagraron por entero a la práctica de las cosas divinas. Efectivamente, muchas veces, bregando toda la noche en el ejercicio de la plegaria y tratando de conseguir la presencia del Señor, les parece que han trabajado en vano al no conseguir ningún fervor de la caridad, ningún consuelo de devoción, ningún gozo espiritual.
         Y, sin embargo, a veces sucede a estos mismos que sin buscarle les sale al encuentro el suspirado Señor, y los previene con bendiciones de dulzura y los inunda con la abundancia de la gracia de la divina consolación. Por tanto, en medio de estas vicisitudes el hombre justo conoce su debilidad y el don del poder divino. Con lo primero avanza en la humildad, con lo segundo en el fervor de la caridad, pues el espíritu humano, cuando se ve de este modo privado de la luz y custodia divina y cubierto por las tinieblas de la tristeza, conoce claramente su pobreza y debilidad. Y cuando por el contrario, ve que estos consuelos divinos huyen a veces siendo buscados y vuelven frecuentemente sin buscarlos, comprende fácilmente que son no tanto conquistas de la actividad humana cuanto beneficios de la divina liberalidad….
         Cuando, por tanto, Pedro hubo echado las redes por mandato del Señor, cogió tanta cantidad de peces que llenó las dos navecillas.. Los Santos Padres interpretan las navecillas de este pasaje como las dos clases de hombres que componen la única Iglesia, a saber judíos y gentiles.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXVI, F.U.E. Madrid 2002, p. 252- 257

Transcripción y traducción de Carlos Cristóbal Cano y Álvaro Huerga



[1] Lc 5, 4
[2] Is 62, 10-11
[3] Co I, 2, 4-5
[4] S. AMBROSIO, Expositio evangelio sec. Lucas, lib. IV, 72: PL 15, 1718
[5] Lc 5, 5

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