lunes, 25 de febrero de 2013

Del amor de Dios


Estando yo en la casa de la soledad como animal solitario que hace su habitación en la tierra yerma y apartada, comenzando de sentir el viento de mi amor, abro mi boca y atraigo el espíritu, y algunas veces, Señor, estando yo como cerrados los ojos, suspirando por ti, pones en la boca de mi corazón una cosa que no me conviene a mí saber lo que es. Siento el sabor, y siento la dulzura, la cual de tal manera me conforta, que si cumplidamente se me diese, no me quedaba más que desear. Hasta aquí son palabras de sant Bernardo[1], con las cuales, aunque por diversas semejanzas, concuerdan las de la esposa de los Cantares, que dice: Yo duermo, y vela mi corazón[2]. Porque ¿qué quiere decir esto, sino que así como el que duerme tiene por todo aquel tiempo suspensos y en silencio todos sus sentidos, ca ni oye, ni ve, ni habla, ni desea nada, así algunas veces se comunica Dios al ánima con una tan grandísima suavidad y amor, y derrama sobre ella como un río de paz, con el cual queda tan harta, tan satisfecha y tan contenta, que por entonces duerme a todos los deseos y cuidados de esta vida, porque no tiene más cuenta con ellos que el que está durmiendo?.
Y no se contenta con llamar éste, sueño, sino en otra parte del mismo libro lo llama muerte, diciendo: Fuerte es el amor como la muerte[3]. Las cuales palabras declara un sancto diciendo que es tan grande la fuerza del amor de Dios, cuando está en su perfección, que arrebata con la grandeza de su deleite todas las potencias de nuestra ánima, y las hace por entonces estar como muertas a todos los gustos y apetitos del mundo. Esto es propio de aquella caridad que llaman los santos violenta[4], porque el alegría y suavidad que trae consigo esta manera de caridad es tan grande, que todas las fuerzas de nuestra ánima poderosamente, aunque dulcemente, arrebata y lleva en pos de sí, y las aparta del amor y gusto de las cosas terrenas, y las traslada a Dios. Y esta misma se llama por otro nombre caridad herida[5], porque de tal manera hiere y traspasa el corazón, que así como el que está herido no puede dejar de estar pensando en lo que le duele, así el que está herido con este amor, no puede dejar de pensar ni desapegar el pensamiento de lo que ama sino con grande dificultad.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.V, F.U.E. Madrid 1995, p. 293-4



[1] Cf. PSEUDO-BERNARDO, De amore Dei, 9
[2] Ct 5, 2
[3] Ct 8,  6
[4] RICARDO DE SAN VÍCTOR, De quattuor gradibus violentae caritatis: PL 196, 1207-24
[5] Ibid. 1208

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