sábado, 6 de abril de 2013

La educación de los hijos

        
        Pero por la misma razón tengan cuenta los padres de lo que han de hacer y el cuidado que han de tener de sus hijos, conviene a saber, que los amen de corazón, que los críen solícitamente y los guarden en el temor del Señor, y los enseñen en todas las buenas costumbres, y los traten con mansedumbre. Porque todo esto manda la Escritura divina. ¿Tienes hijos?, dice Salomón. Enséñalos y dómalos desde la niñez. ¿Tienes hijas? Guarda su honestidad y no les muestres tu rostro risueño. Y luego dice: Regala a tu hijo, y ensoberbecerse ha contra ti; juega con él, y darte ha mil disgustos. No te rías con él, ni llores con él, porque después no te arrepientas. No le des poder sobre tu casa en su mocedad, y mira por sus propósitos y por lo que piensa hacer. Dobla su cerviz cuando es mozo, y azótalo cuando es niño, porque después de duro no te desprecie y no haga caso de ti, y entonces te dolerá el corazón. Enseña a tu hijo y trabaja con él, porque su deshonestidad no te sea contada por pecado[1].Conforme a esto, dice san Pablo: Padres, no queráis provocar a ira a vuestros hijos, mas criadlos con doctrina y temor del Señor[2].
         Y de tal cuidado y trabajo, qué fruto hayan de coger los padres, decláralo el Sabio diciendo: Quien ama a su hijo, castígalo muchas veces, para que después se alegre con él y no ande pidiendo de puerta en puerta. Quien enseña a su hijo, será alabado por sus virtudes y en medio de sus prójimos será honrado[3].
         Por lo dicho parece claro cuán reprensibles y crueles son los padres que con una indiscreta piedad por no castigar a sus hijos, los dejan estragar y corromper con solturas y vicios, los cuales con más razón se pueden llamar homicidas que no padres. ¿Qué mayor crueldad podría ser que estando vuestro hijo ahogándose en un río, que de dolor por no tirarles de los cabellos, lo dejáseis sumir debajo del agua? Pues no son menos crueles los que por no repelar o azotar a sus hijos, los dejan sumir en el abismo de los vicios. No sé con qué palabras pueda encarecer este descuido. Porque aun aquel rico avariento que estaba ardiendo en las llamas del infierno tenía cuenta con sus hermanos, y ya que para él no había lugar de castigo ni disciplina, deseábala para sus hermanos, y para esto pedía que fuese Lázaro a avisarlos, porque no viniesen a parar en aquel lugar de tormentos[4]. Pues si este cuidado y providencia tenía de los suyos un condenado, puesto caso que no hacía esto con buen celo sino con amor propio, ¿cómo no se confundiría el que no hace otro tanto siendo cristiano? Y si este ejemplo no nos mueve, había de movernos el del sacerdote Helí, que porque no castigó dos hijos que tenía, por los males que hacían, él y ellos murieron desastradamente, y el arca de Dios fue presa en poder de los filisteos, y el ejército de Israel fue vencido, y treinta mil hombres muertos en la batalla[5].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XX, F.U.E. Madrid 1998, p. 257-9

Transcripción del texto portugués de José Luis Almeida Monteiro; Traducción al español de Justo Cuervo.




[1] Si 30, 9-13
[2] Ef 6, 4
[3] Si 30 1, 2
[4] Cf. Lc 16, 27-8
[5] S I 2, 12 s



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