viernes, 19 de abril de 2013

La virtud y poder de su Espíritu


Estas son aquellas siete cabezas del dragón y los diez cuernos que vio san Juan en el Apocalipsis[1], con los que el gran dragón, rufo con la sangre de los santos mártires, defendía su reino por medio de los reyes vasallos. Pues el Unigénito Hijo de Dios se vino para librarnos de la diabólica tiranía, y arrojar fuera al Príncipe de este mundo por medio de su cruz y de su muerte, según anunció: Ahora es el juicio del mundo, ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando fuere levantado de la tierra –esto es, en la cruz-, atraeré a mí todas las cosas[2]. Es decir, cuando el tirano del mundo sea echado fuera, el legítimo Señor ocupará el trono del universo, con su muerte venció al que imperaba en ella, y así libró a todos  los que, por miedo a la muerte, rindieron servidumbre al demonio durante toda la vida. El profeta Isaías cantó esta liberación. En aquel día castigará Yavé con su espada de acero, grande y de dos filos, a Leviatan, serpiente larga y escurridiza, y matará al dragón que está en el mar[3]. Dice larga por la vastedad de sus dominios, y escurridiza, por sus disimulos o astucias para hacer daño. A este terrible adversario, que lo asolaba todo en el mar del mundo, lo quitó el Señor de enmedio, y lo domeñara con su espada de dos filos, es decir, con la virtud y poder de su Espíritu.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 386-9
Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo


[1] Cf. Ap 17, 12
[2] Jn 12, 31-2
[3] Is 27, 1

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