Y por Isaías promete el mismo Señor,
diciendo: Entonces, conviene saber, cuando hubieres guardado mis mandamientos,
invocarás, y el Señor te oirá, llamarás,
y decirte ha: ‘Cátame aquí presente para todo lo que quisieres’[1].
Y no sólo cuando llaman, sino aun antes que llamen promete por este mismo
profeta que los oirá. Mas a todas estas promesas hace ventaja aquella que el
Señor promete por San Juan, diciendo: Si
permaneciéredes en mí, y guardáredes mis palabras, todo cuanto quisiéredes
pediréis, y hacerse ha[2].
Y porque la grandeza de esta promesa parecía sobrepujar toda la fe y credulidad
de los hombres, vuélvela a repetir otra vez con mayor afirmación, diciendo: En verdad, en verdad os digo que cualquiera
cosa que pidiéredes al Padre en mi nombre, os será concedida[3].
Pues ¿qué mayor gracia, qué mayor riqueza, qué mayor señorío que éste? Todo
cuanto quisiéredes, dice, pediréis, y hacerse ha. ¡Oh palabra digna de tal
prometedor! ¿Quién pudiera prometer esto, sino Dios? ¿Cúyo poder se extendiera
a tan grandes cosas, sino el de Dios? Y ¿qué bondad se obligara a tan grandes
mercedes, sino la de Dios? Esto es hacer al hombre en su manera señor de todo;
esto es entregarle las llaves de los tesoros divinos. Todas las otras dádivas y
mercedes de Dios, por grandes que sean, tienen sus términos en que se rematan;
mas ésta entre todas, como dádiva real de Señor infinito, tiene consigo esta
manera de infinidad, porque no determina esto ni aquello, sino todo lo que
vosotros quisiéredes, siendo cosa conveniente para vuestra salud.. Y si los
hombres fuesen justos apreciadores de las cosas, ¿en cuánto habían de estimar
esta promesa? ¿En cuánto estimaría un hombre tener tanta gracia y cabida con un
rey, que hiciese de él todo lo que quisiese? Pues si en tanto se preciaría esto
con un rey de la tierra, ¿cuánto más con el Rey del cielo?.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. VI,
F.U.E. Madrid 1995, p. 228
No hay comentarios:
Publicar un comentario