miércoles, 26 de febrero de 2014

La Rhetorica ecclesiástica

         PERÍODO DE LOS GRANDES ESCRITORES MÍSTICOS (1554-1585)

      Fray Luis de Granada, en su Rhetorica ecclesiastica (Lisboa, 1576), quiere poner, según ideas fomentadas por la Con­tra-reforma, todo el arte de la Antigüedad al servicio del catolicismo. Así, utilizando continuamente las doctrinas de Aristóteles, Cicerón o Quintiliano, cree que la elocuencia debe provocar la admiración de los oyentes, según dicen esos autores; pero al hermanar lo pagano y lo cristiano, utiliza también las enseñanzas de san Agustín: antes que aquella admiración, el que enseña debe buscar el provecho del oyente; nada importa la pureza del lenguaje si no es bien comprensible; el refrán griego lo dice, «habla tan basto como quieras, con tal que hables claro»5.

      Y lo mucho que Granada se inclinó al concepto de san Agustín lo indica el maestro Francisco de Medina, quien encomiando con orgullo a su coetáneo y coterráneo, le juz­ga sin embargo como «orador divino» que descuida las cosas del suelo y «las disciplinas humanas»6. Pero Medina, pre­ocupado con la reforma de la lengua literaria propugnada por la escuela sevillana, es injusto al no reconocer altos mé­ritos humanos en fray Luis de Granada, el primer escritor que hizo sentir toda la fuerza oratoria de que era capaz la lengua vulgar. Se le llamó el Cicerón de España 7. Fue el primero que trabajó esforzadamente por dotar a la lengua escrita de un periodo amplio, de rotundez oratoria y silo­gística, para superar las cláusulas cortas y sencillas de la conversación familiar. Es verdad que en su gusto por las grandes estructuras abusa de la subordinación sintáctica en vez de la coordinación, sobre todo abusa de la subordina­ción mediante el relativo el cual 8; pero este y otros descuidos no nos quitan de apreciar su grandilocuencia unas ve­ces, su emotividad poética otras, y aquella constante «lin­deza, gravedad y fuerza en el decir (notada por Ambrosio de Morales), que parece no quedó nada en esto para ma­yor acertamiento»9.

      Fray Luis, además, nos interesa como valiente defensor de la lengua vulgar. A poco de publicar él sus primeras obras, el Libro de la oración y meditación, 1554, y la Guía de pecado­res, 1556, suscitaba una tempestad inquisitorial otro libro en romance del Arzobispo de Toledo fray Bartolomé Carranza, el Catecismo cristiano, 1558. Mientras los autores protestantes, empezando por Lutero y Calvino, se esmeraban en perfec­cionar el estilo de sus lenguas maternas prescindiendo del latín, los teólogos católicos solían mirar con invencible recelo los escritos religiosos en lengua vulgar, por el peligro exis­tente en divulgar doctrinas que no podían ser comprensibles a los no preparados para entenderlas, y que, por ejemplo, corrían peligro de conducir a la mística herética de los «alumbrados», entonces alarmante. El dominico Melchor Cano, que tanto se había distinguido en el segundo perio­do del Concilio de Trento (1551-52), donde precisamente Carranza había tratado la conveniencia de prohibir la Biblia en lengua vulgar10, llevado de su carácter extremista, dicta­minó duramente en España contra sus dos hermanos en religión; y uno de los principales cargos que les hacía era contra Carranza «porque su Catecismo da a la gente ruda, en lengua vulgar, cosas dificultosas y perplejas», y contra Granada porque «por el provecho de algunos pocos da por escripto doctrina en que muchos peligrarán» 11. El Inquisidor General Fernando de Valdés, otro extremista, encarceló al Arzobispo (que recluido acabó su vida) e incluyó en el índi­ce de libros prohibidos, de 1559, las obras de Granada. Pero éste, más afortunado que Carranza, libró con dar una nue­va redacción a su Guía de pecadores, 1567, y prosiguió incan­sable la publicación de obras en romance, justificándolo en un Prólogo galeato, donde defiende la necesidad de divulgar las buenas doctrinas, «porque si son grandes los daños de los naufragios, son muchos mayores los provechos de la navega­ción» 12. Su opinión triunfaba; de sus obras se hicieron en pocos años de la segunda mitad del siglo XVI más de 300 traducciones en las lenguas vulgares de Italia, Francia, Ingla­terra, Alemania, Flandes y Polonia13. Así, Granada con sus argumentos y, sobre todo, con sus admirados libros defendió la lengua vulgar en el momento más crítico de la Contra-re­forma.

Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal (2005)

NOTAS
5  Traducción de la Retórica, en la ed. «BAE», XI, p. 571a y b.
6  En el prólogo al Garcilaso, Anotado por Herrera, Sevilla, 1580, p. 4.
7  R. Switzer, The Ciceronian Style in Fr. Luis de Granada, 1927.
8  Apunté ejemplos en mi Antología de prosistas. El mismo abu­so de el cual,en el padre Rivadeneira (R. Lapesa, en la RFE, XXI, 1934, p. 46.)
9 Morales, en la segunda edición de su Discurso, 1585 (véase en la «BAE», LXV, p. 382).
10 B. J. Gallardo, Ensayo de una B

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