domingo, 23 de febrero de 2014

Pedro y Pablo


Son también dos grandes ríos, que manan en medio del paraíso, y regando con aguas saludables la superficie de la tierra, la llenaron de frutos de piedad y de justicia[1]. Finalmente, son dos capitanes muy esforzados de Cristo, con los cuales él sometió el mundo a su imperio y jurisdicción. Estando el mundo dividido en dos pueblos, uno de judíos y otro de gentiles, para conquistar éste eligió a Pablo, que por esta causa se llama el doctor de las gentes; y para conquistar aquél destinó a Pedro, que en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia predicó el evangelio de Cristo a los judíos, que estaban dispersos en estas regiones, y los condujo a la confesión de la fe cristiana. Habiendo estos dos capitanes tan valientes, después de someter y vencer al mundo, entrado en la Jerusalén celestial victoriosos por su sangre, llevando consigo por triunfo las insignias, el uno de la cruz, y el otro de la espada, pregunto ¿con qué alegría de la corte celestial pensamos que fueron recibidos ellos este día? Porque si Roma antiguamente con tan grande concurrencia de hombres y de alegría común recibió a un emperador que, volviendo de la guerra, había añadido alguna provincia o un amplio reino al imperio del pueblo romano, ¿con qué alegría serían recibidos hoy en el reino celestial, quienes tantas provincias, tantos reinos arrebatados del dominio tiránico del príncipe de este mundo, trajeron a la luz de la Verdad y los sometieron al legítimo imperio de Cristo Señor?.    

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLI, F.U.E., Madrid 2004, p. 240-1. 

Traducción de Donato González-Reviriego





[1] Mt 16, 13

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