domingo, 25 de noviembre de 2012

Las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga


Se celebraban unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús había sido invitada a la boda[1]. En este pasaje se ofrecen para nuestra meditación tres virtudes asombrosas de la santísima Virgen: su humildad, su caridad sin límites y su fe inquebrantable. Humildad, porque la reina de los ángeles y de los hombres asistió a la boda de unos novios pobres. Caridad sin límites, porque cuando faltó el vino, haciendo propia la necesidad ajena, la expuso a su Hijo con toda humildad. Y fe inquebrantable, porque, cuando el Hijo pareció responder con dureza a la petición de su madre, que le rogaba que pusiera remedio a la indigencia de aquel pobre matrimonio, ella, sin embargo, haciendo caso omiso a la dura respuesta, ordenó a los servidores tener confianza, y les dijo que obedecieran ciegamente a su Hijo, con esta frase lacónica: Haced lo que Él os diga[2]. Que es como si dijera: no juzguéis humanamente esta orden. Obedeced humildemente a lo que se os manda, aunque de primeras os parezca absurdo y sin sentido.
         Ciertamente todos los hombres piadosos deben proponerse estas palabras como la primera norma de vida cristiana transmitida por la Virgen santa. Pero pongamos bien las bases: hemos de comportarnos con los hombres de una manera, y de otra con Dios. Para tratar con los hombres, es bueno usar el sentido común y la razón; pero para tratar con Dios, hay que ejercitar sobre todo la fe y la obediencia. Pues lo que Dios manda, aunque parezca imposible, no hay que cuestionarlo, sino hacerlo; esto es, no debemos pesarlo en la balanza de la razón humana, sino hacerlo sin titubeo alguno, pues su sabiduría y su poder están por encima de cualquier juicio de la razón natural…
         Y así, si Dios te ordena, como antiguamente a Pedro, que camines por encima de las olas del mar[3], camina seguro, pues el mar será para ti como un cuerpo sólido, que podrás pisar. Y si te ordena hablarle a una piedra, para que mane agua, háblale, pues la piedra dura se convertirá en un surtidor[4]. Y si dijera que le ordenes detener su curso al sol que se mueve en el cielo, ordénaselo, pues el sol te obedecerá a ti, que se lo ordenas, como en otro tiempo a Isaías[5]. Y si te ordena vestir al desnudo, alimentar al hambriento y perdonar al que te ofende, no quieras como los mundanos, eximirte de ello, diciéndote: si doy limosna, quizá mañana pasaré necesidad; si perdono fácilmente al que me ofende, la facilidad del perdón será un acicate para él, y entonces animaré a todos contra mí. Estos son pensamientos de la prudencia humana y no deben anteponerse a los preceptos de Dios. Y así, para todo lo demás utilizarás la razón; mas para obedecer a Dios la fe, la sencillez y la obediencia. Y podrás decir con el Profeta: Soy como un borrico junto a Ti, que se deja llevar no de su antojo, sino del gusto de su amo[6].


Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXVI , F.U.E. Madrid 2000, p. 107-9
Traducción de Mª del Mar Morata García de la Puerta



[1] Jn 2, 1
[2] Jn 2, 5
[3] Mt 14, 29-30
[4] Ex 17, 1-8
[5] Is 38, 7-8
[6] Sal 72, 22

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