jueves, 29 de noviembre de 2012

Ecce Homo


Acabado este tormento de los azotes, comiénzase otro no menos injurioso que el pasado, que fue la coronación de espinas. Porque acabado este martirio, dice el Evangelista que vinieron los soldados del Presidente a hacer fiesta de los dolores e injurias del Salvador, y tejiendo una corona de juncos marinos, hincáronsela por la cabeza, para que así padeciese por una parte sumo dolor, y por otra suma deshonra. Muchas de las espinas se quebraban al entrar por la cabeza, otras llegaban, como dice sant Bernardo, hasta los huesos, rompiendo y agujereando por todas partes el sagrado celebro. Y no contentos con este tan doloroso vituperio, vístenle de una ropa colorada, que era entonces vestidura de reyes, y pónenle por sceptro real una caña en la mano, y hincándose de rodillas, dábanle bofetadas, y escupían en su divino rostro, y tomándole la caña de las  manos, heríanle con ella en la cabeza, diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos[1]. No parece que era posible caber tantas invenciones de crueldades en corazones humanos, porque cosas eran éstas que si en un mortal enemigo se hicieran, bastaran para enternecer cualquier corazón: mas como el demonio era el que las inventaba, y Dios el que las padecía, ni aquella tan grande malicia se hartaba con ningún tormento, según era grande su odio, ni ésta tan grande piedad se contentaba con menos trabajos, según era grande su amor.


Fray Luis de Granada Obras Completas, t. V, F.U.E. Madrid 1995, p. 241



[1] Mt 27, 29

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