martes, 27 de noviembre de 2012

Sermones de tiempo: Bajé del cielo para hacer la voluntad del que me envió


         Dice pues el evangelista: Cuando cumplió Jesús doce años, subiendo sus padres a Jerusalén según la costumbre de la fiesta, y volviéndose pasados los días, se quedó el Niño en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres[1].
         Esta  primera acción del Salvador esboza la trayectoria de toda su vida encomiable. Pues se quedó en Jerusalén, sentado en el templo, en medio de los doctores para enseñarles, instruirlos, iluminarlos y exponerles los misterios de la fe; para ilustrar la gloria de su Padre con esta doctrina celestial, y volver a los extraviados al camino de la salvación. Así se lo dijo a sus padres: ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que conviene que esté en las cosas que son de mi Padre?[2]. Y ¿de qué otra cosa se ocupó en toda su vida? ¿Acaso fue a lo suyo, desentendiéndose de los hombres? ¿Comió alguna vez Él sólo? ¿Se comportó alguna vez de otra forma? ¿Cuándo hizo algo, que no fuera para salvar a los hombres?. Estas son sus palabras: El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos[3]. Y también: Bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió[4].
         Por esto, la santidad de Cristo dista muchísimo de la santidad de cualquiera de nosotros, porque nosotros, aunque seamos buenos, trabajamos sobre todo para nosotros mismos, atesoramos para nosotros mismos, y nos hacemos un tesoro infinito en el cielo. Pero Cristo el Señor, dueño de todas las gracias y bienes, trabajó para mí, vigiló para mí, se agotó con vigilias y ayunos por mí, y sudó y pasó frío sólo por mí. Y así, aunque los componentes de toda obra buena sean el mérito de la virtud y el trabajo que cuesta hacerla, sin embargo, la caridad de nuestro buen Dios fue de tal calibre, que se cargó Él con lo más duro, pues Él solo pisó el lagar, y me dio a mí el fruto de ese esfuerzo, para que yo me enriqueciera de sus méritos y de su gracia[5].



Fray Luis de Granada, Obra Completa, t. XXVI, F.U.E. Madrid 2000, p. 11-2
(Traducción de María del Mar Morata García de la Puerta)



[1] Lc 2, 42-3
[2] Lc 2, 49
[3] Mt 20, 28
[4] Jn 6, 38
[5] Cf. Is  63, 3

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