jueves, 3 de abril de 2014

"Orestiada" de Esquilo

         Esquilo, con la Orestíada, además de querer contarnos la historia protagonizada por la familia real de los Atridas, nos lanza una serie de mensajes ocultos en la fábula: la evolución de la primitiva Ley del Talión y su famoso ojo por ojo, diente por diente, al triunfo del orden instaurado por la Justicia y los sistemas judiciales de las nuevas polis. Durante toda la obra, personajes y Coro claman que la muerte con muerte se paga y que la sangre a la sangre llama; hasta que, en el tercer episodio, en Las Euménides, aparece Atenea para instaurar el poder judicial y el castigo o absolución de los crímenes sin tener que responder con la misma moneda.

La tragedia griega "Orestíada"

El décimo año es éste desde que contra Príamo
el soberano Agamenón,
hizo zarpar una escuadra de mil naves argivas desde esta tierra.
Como aves que pierden una cría del nido,
fueron a rescatar a la mujer de muchos hombres, a Helena.
Ni con fuego ni con libaciones
ni con lágrimas de ofrendas sin fuego
la inflexible cólera se calmó ni calmará.
El viaje, colmado de sangre,
jamás rehuirá a la memoria de los navegantes
y siempre brotarán lágrimas de sus ojos.
Nunca olvidarán aquél día sin vientos.
Las naves se hallaban paradas en Áulide
y los argivos no pudieron contener el llanto al oir el vaticinio
que revelaba el mandato de los dioses:
para que el viento volviera, ella debería irse: la hija de Agamenón, Ifigenia.
Agamenón titubeó: ¿Cómo desobedecer a los dioses? ¿Mas cómo degollar a mi propia hija?
Y finalmente, impulsado por la desgracia,  colocó a su hija en el 
altar de los sacrificios y levantó el puñal.
Lo que siguió ni lo vimos ni lo vamos a contar.

ESQUILO, Orestíada, Ediciones Clásicas, Madrid 2011

Introducción, selección y notas de Jesús Torres



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         Pues qué diré de los sacrificios que se ofrecían a estos ídolos. De los cuales unos eran deshonestísimos, como los que se hacían a honra de la diosa Venus y de la diosa Flora, otros eran furiosos, como los que se ofrecían al dios Baco, que era el dios del vino, que llamaban "bacanalia", otros eran cruelísimos, de que hace mención la santa Escriptura, donde los padres, despojados del amor natural que hasta las bestias tienen a sus hijuelos, sacrificaban a sus mismos hijos, y los pasaban por el fuego, como hizo Manasés, rey de Judea ( 2R 21, 6)

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X, F.U.E. Madrid 1996, p. 106

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