martes, 1 de abril de 2014

Alegraste, Señor, mi ánima

Introducción del Símbolo de la Fe


Fray Luis de Granada

[Nota preliminar: Presentamos una edición modernizada de Introducción del Símbolo de la Fe, de Fray Luis de Granada, Salamanca, Herederos de Matías Gast, 1583, basándonos en la edición de José María Balcells (Granada, Fray Luis de, Introducción del Símbolo de la Fe, Madrid, Cátedra, 1989), cuya consulta recomendamos. Con el objetivo de facilitar la lectura del texto al público no especializado se opta por ofrecer una edición modernizada y eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Balcells.] 


Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



En este libro dijo el gran Antonio que estudiaba, porque preguntándole un filósofo en qué libro leía, respondió el santo: «El libro, oh, filósofo, en que yo leo, es todo este mundo». En este mismo libro estudiaba también aquel divino Cantor, el cual en muchos de sus Salmos recrea y apacienta su espíritu con la consideración así de las obras de naturaleza como de gracia. Y así en aquel Salmo que comienza «Los cielos predican la gloria de Dios», la mitad del Salmo gasta en contemplar estas obras de naturaleza, y la otra en una de las principales obras de gracia, que es en la pureza y la hermosura de la ley de Dios. 



Y en el Salmo 135 nos pide que alabemos a Dios porque con su entendimiento crió los cielos, y asentó la tierra sobre las aguas, y crió dos grandes lumbreras, el sol para alumbrar el día, y la luna para de noche. Y en el Salmo 146 manda que le alabemos, porque cubre el cielo de nubes, y con ellas envía el agua lluvia sobre la tierra, y produce en los montes heno e yerba para el servicio de los hombres, y porque provee de mantenimiento a todas las bestias, y a los hijuelos de los cuervos, cuando le llaman. Y en el Salmo que se sigue nos pide que le alabemos porque nos da pan en abundancia, y por las nieves que nos envía de lo alto, y las nieblas, y por los fríos, y por los vientos, y por las lluvias. 



De manera que en todos estos Salmos junta las obras de naturaleza con las de gracia, y por las unas y por las otras canta los divinos loores. Mas en el Salmo 103, que comienza «Benedic, anima mea», el segundo discurre por la hermosura y fábrica y orden de todas las cosas criadas en el cielo, y en la tierra, y en la mar, y por todas ellas alaba a Dios. Y al principio de él dice que está Dios vestido de alabanza y hermosura, significando por estas palabras cómo todas las criaturas declaran cuán grande sea su hermosura, y cuán digno de ser alabado por ella. Mas al fin del Salmo, como espantado de tantas maravillas, exclama diciendo:«¡Cuán engrandecidas son, Señor, vuestras obras! Todas están hechas con suma sabiduría, y la tierra está llena de vuestras riquezas». Esta admiración de las obras de Dios anda siempre acompañada con una gran alegría y suavidad, la cual el mismo Profeta declaró en otro Salmo diciendo: «Alegraste, Señor, mi ánima con las cosas que tenéis hechas, y con la consideración de las obras de vuestras manos me gozaré». 



Esta espiritual alegría se recibe cuando el hombre, mirando la hermosura de las criaturas, no para en ellas, sino sube por ellas al conocimiento de la hermosura, de la bondad y de la caridad de Dios, que tales y tantas cosas crió no sólo para el uso, sino también para la recreación del hombre. Porque así como una rica vestidura parece más hermosa vestida en un lindo cuerpo que mirándola fuera de él, así parecen más hermosas las criaturas aplicándolas al fin para que fueron criadas, que es para ver en ellas a Dios, porque así como la vestidura se hizo para ornamento del cuerpo, así la criatura para conocer por ella al Criador. Y por esto, no sólo con mayor fruto, sino también con mayor gusto, miran las personas espirituales estas cosas criadas, como son cielo, sol, luna, estrellas, campos, ríos, fuentes, flores y arboledas, y otras semejantes.





Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la Fe, Primera Parte, cap. I, ed. de José María Balcells, Cátedra Madrid 1989, p. 133-5

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