viernes, 29 de abril de 2011

Fray Luis de Granada y la mística

Siempre se ha considerado a fray Luis como un ejemplo claro de la ascética cristiana, de quien no consta que alcanzara los grados de la mística de unión, contemplación e iluminación. Se le ha querido comparar con Santa Teresa y San Juan de la Cruz, escritores conocidos por sus experiencias místicas.

Maria Victoria Briasco, sin embargo, encuentra coincidencias entre los escritos del dominico y los de los santos carmelitas, en los Tratados menores, reunidos en el tomo XV de las Obras Completas:

¡Oh amor que siempre ardes y nunca mueres, ¿cuándo te amaré perfectamente? ¿Cuándo te abrazaré con los brazos de mi ánima desnudos? ¿Cuándo menospreciaré a mí y a todo el mundo por tu amor? ¿Cuándo mi ánima con toda su virtud y fuerzas se unirá contigo? ¿Cuándo se verá sumida y anegada en el abismo de tu amor?.

Las riquezas de la soledad las descubre en Escalaceli, vuelto hacia sí mismo, abierto a Dios, viviendo como en un paraíso, este será su querer para toda la vida, como recoge Álvaro Huerga en su Biografía.

El contentamiento que tengo es tan grande que en esta vida no se puede tener mayor, y algunas veces tengo escrúpulo de ver cómo me da Dios el paraíso en esta vida.

A pesar de ello, no se deben abandonar los deberes del propio estado aunque en el trajín de los negocios se nos pegue algo de los quehaceres humanos.

Bien entendía nuestro Señor todas estas flaquezas nuestras, y con todo eso quiere que entendamos siempre en hacer buenas obras, y no se maraville que traiga las plantas mojadas el que anda sobre el agua, y las manos un poco negras el que trata con la pez; quiero decir, que se le pegue un poco de humanidad al que trata con los hombres por el bien de los mismos hombres.

Por otro lado, Urbano Alonso del Campo, lo ve extasiado ante la Naturaleza, enamorado de su hermosura, contemplándola con ternura de niño y veneración de anciano. Su alma asciende de la creación a Dios, y retorna desde el Creador a la naturaleza, espejo de la belleza que se derrama sobre los hombres. La Introducción del Símbolo recoge el canto enamorado de su alma, que vibra ante la luz del alba, la flor de los campos, el canto de los pájaros, el murmullo de las fuentes, o el nacimiento de un niño, que es Dios al mismo tiempo.

¿Qué serán luego todas las criaturas de este mundo, tan hermosas y acabadas, sino como unas letras quebradas e iluminadas que declaran el primor y la sabiduría de su autor? ¿Qué serán todas estas criaturas sino predicadoras de su hacedor, testigos de su nobleza, espejos de su hermosura, anunciadoras de su gloria, despertadoras de nuestra pereza, estímulos de nuestro amor, y condenadoras de nuestra ingratitud?

En todos sus escritos aparecen el hombre contemplativo que es, el predicador, el humanista, el conocedor de las profundidades del espíritu, el teólogo y el místico. Reconociendo que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, que depende de Él, y conociéndose a sí mismo, lo adora, alaba y suplica en éxtasis reverente. Este es fray Luis, maestro de todos los espirituales españoles, que dialoga con su Creador diciendo:

Reconoce pues, ¡oh alma mía! todas estas obligaciones, y pues sabes cierto lo que fuiste y lo que eres y lo que esperas todo esto es de este Señor, y que por tantas partes estás aliada y endeudada con Él, ama a quien tanto bien te ha hecho y te hace y adelante te ha de hacer.

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