miércoles, 8 de mayo de 2013

La semejanza es causa de amor

    Si era grande impedimento la rudeza de nuestro entendimiento para conocer a Dios, mucho mayor lo era la desemejanza de nuestra vida para amarlo: que, como vos mejor sabéis, la semejanza es causa de amor, pues el amor es unión de voluntades y corazones. Pregunto pues ahora: ¿qué semejanza hay entre la alteza divina y la bajeza humana. Porque las cosas contrarias o diferentes muy mal se pueden unir entre sí. Siendo, pues, esto verdad, ¿qué cosa más diferente y más distante una de otra que Dios y el hombre? Dios, espíritu simplicísimo; el hombre espíritu sumido en la carne; Dios altísimo, el hombre bajísimo; Dios riquísimo, el hombre pobrísimo; Dios purísimo, el hombre impurísimo; Dios inmortal e impasible, el hombre mortal y pasible; Dios exento de todas las miserias, el hombre sujeto a todas ellas; Dios inmudable, el hombre mudable; Dios en el cielo, el hombre en la tierra; y finalmente, Dios invisible, el hombre visible, y como tal, apenas puede amar lo que es invisible.
  Veis pues ahora cuán grandes impedimentos hay de parte del hombre para amar a Dios. Porque siendo la semejanza causa de amor y de la unión de los corazones ¿qué semejanza hay entre Dios y el hombre, donde vemos tanta diferencia de parte a parte? Pues ¿qué remedio para que haya semejanza donde hay tantas diferencias? Esta fue la invención admirable de la divina sabiduría, la cual de un golpe cortó a cercén todos estos impedimentos del amor, haciéndose hombre. Porque veis aquí a Dios, que era purísimo espíritu, vestido de carne: veislo abajado, veislo pobre, humilde, mortal y pasible, y sujeto a las mudanzas y cansancios de la vida humana, y sobre todo esto visible, para que el hombre que no podía amar sino lo que veía, vestido ya Dios de esta ropa, no tenga excusa para dejar de amarle. Y porque es también grande impedimento del amor la desigualdad de las personas, por donde se dice que no concuerdan bien ni moran en una casa majestad y amor, veis aquí, también quitada la desigualdad, cuando de esta manera se abajó la Majestad y se acomodó a nuestra poquedad. Lo cual divinamente nos representó el profeta Eliseo cuando resucitó el niño de su huéspeda, sobre el cual se acostó, encogiendo su cuerpo a la medida del niño, con lo cual se calentó la carne del niño muerto, y abrió los ojos y resucitó. Pues ¿qué otra cosa nos representa esta tan extraña ceremonia del profeta, sino haberse recogido aquel grande Dios que hinche cielos y tierra, compasándose con el hombre y estrechando su Majestad a la medida de nuestra humanidad por su grande caridad, con la cual el mismo hombre vino a encenderse en el amor de quien así lo amó? Esta, pues, fue la invención que la divina Sabiduría inventó para ser amada de los hombres, acomodándose a la pequeñez y naturaleza de ellos[1].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XV, F.U.E. Madrid 1997, p. 428-9



[1] Tomado del Boletín Fray Luis de Granada. Proceso de Canonización, nº 28 de Octubre a Diciembre de 1998, ed. PP. Dominicos de Granada

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