jueves, 23 de mayo de 2013

Por la muerte del medianero alcanzamos misericordia

    Demás de estas conveniencias, da sant Agustín otra en el libro que intituló Cur Deus homo, la cual prosigue con un maravilloso discurso, que es razón engerir en este lugar para consolación de los fieles. Pregunta, pues, este santo por qué quiso Dios que fuese tan áspera la satisfacción de Cristo mediante su muerte, con todo lo demás que en ella padeció. A lo cual responde diciendo que así como el primer hombre pecó por la suavidad de aquella fruta que comió, así la satisfacción de este pecado había de ser con desgusto y aspereza, y el hombre, que vencido del demonio tan fácilmente desacató a Dios cuando pecó, tan ásperamente fuese reparado por Cristo cuando por la gloria y obediencia de su Padre padeció. Y ninguna cosa más áspera puede el hombre padecer por la honra de Dios que muerte voluntaria y no debida, ni otra mayor le puede ofrecer que este linaje de muerte. Mas cuánto sea lo que el Hijo de Dios ofreció a su Padre cuando dio a sí mismo, todos lo entendemos. Pues como sea verdad que tan grande ofrenda como ésta no deba carecer de galardón, necesario es que el Padre eterno la gratifique a su Hijo. Ca de otra manera sería injusto, si no le quisiese gratificar, o impotente y flaco, si no pudiese, y ni lo uno ni lo otro cabe en Dios. Mas a quien se gratifica algún servicio, forzadamente o le han de dar lo que no tiene, o perdonarle lo que debe. Mas nada de esto cabe en la persona de Cristo, porque quitada aparte la gloria de su cuerpo y de su santo nombre, no le fue dado más de lo que él tenía. Ni tampoco había cosa que se pudiese perdonar a quien no tenía pecado. Pues, luego ¿qué galardón se podrá dar al que está tan rico, y al que ninguna culpa tiene que se le pueda perdonar? De manera que por una parte hay obligación de galardonar, y por otra imposibilidad. Pues si un galardón tan debido no se da al Hijo, ni a otro alguno por él, parece que en vano el Hijo ofreció tan grande ofrenda a su Padre. Por lo cual es necesario que, pues al Hijo no se puede dar debido galardón, se dé a otro por él. Pues si el Hijo quisiere hacer donación a otro de lo que a él se debe ¿podrá por ventura el Padre negar esto que el Hijo requiere? Síguese luego que el Padre está obligado a dar el premio de esta obra a quien el Hijo lo quisiere aplicar. Pues ¿a quién podrá el aplicar mas convenientemente el fruto y galardón de su muerte, que a aquellos por quienes se hizo hombre, y a quienes con su muerte dio ejemplo de morir por la justicia Por donde en vano serán imitadores de su ejemplo si no fueran participantes de su merecimiento. Y ¿a qué otros más justamente hará herederos de la deuda que a él se debe que a sus padres y hermanos, a los cuales ve obligados con tantas deudas, y sumidos en el profundo de las miserias, para que les sea perdonado lo que por el pecado deben?....
   Demos, pues, todos gracias a Dios, porque si caímos gravemente, somos relevados maravillosamente, pues por la muerte del medianero alcanzamos una tan grande misericordia que sobrepuja toda deuda[1].




Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XI, F.U.E. Madrid 1996, p. 48-50




[1] S. ANSELMO, Cur Deus homo, lib. II, cap. 11: Opera omnia, ed. F. S. Schmitt, t. II, Roma 1940, p. 111, no es de s. Agustín, sino una adaptación conceptual de San Anselmo.

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