martes, 14 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: Pentecostés


Alguno dirá quizás: De acuerdo, pero este don tan extraordinario se concedió sólo a los apóstoles, que recibieron las primicias del Espíritu. Reconozco que es así. Pero ¿a quién priva el Señor de participar de este Espíritu? ¿A quién excluye de la comunión de su gracia? Más aún, ¿de cuantísimas formas nos invita a ella? Id por todo el mundo, dice, predicad el evangelio a todas las criaturas[1]. Mas ¿qué es el evangelio sino la gracia procurada antes del Espíritu Santo? Dice también por Juan: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba[2].
Se refería con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. ¡Ay, qué palabras de oro! ¡Oh palabras tan llenas de misericordia y amor, dignas de sonar para siempre en los oídos de nuestro corazón, y avivar en nosotros el deseo y la esperanza de este don celestial!
¿Y la invitación aquella del profeta: Sedientos, venid todos a las aguas, y vosotros que no tenéis dinero, apresuraos, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin ninguna otra permuta vino y leche[3]? Esto es, el vino del amor y la leche de la dulzura celestial. El vino, para los que ya estáis fortalecidos, la leche, para los que como niños aún os refugiáis en el regazo de Cristo.
Mas, ¿cómo se aúnan lo de ‘venid, comprad’ con lo que dice enseguida ‘sin dinero, sin ninguna otra permuta’? ¿Quién compra sin dinero o sin dar algo a cambio? ¿Es acaso esto lo que dice la esposa en el Cantar: Si un hombre diera por el amor toda la hacienda de su casa, lo tendrá por nada?[4] Porque es tanta la dignidad y grandeza de este don celestial, que todo el dinero del mundo pagado por él, y todos los trabajos del mundo soportados por él son tenidos por nada. Por eso: Ni parangoné con ella las piedras preciosas; porque todo el oro, respecto de ella, no es más que una menuda arena, y a su vista, la plata será tenida por lodo[5].
¿Por qué, entonces, este don se compra y a la vez se da gratis? Como sucede a veces que es uno el que siembra y otro el que recoge: así no es extraño que en esto sea uno el que compra y otro el que lo reciba gratis. Cristo Jesús nos compró por el precio de su sangre este don tan grande; y nosotros por Él lo hemos recibido gratis del Padre. Esto es lo que insinuó el Apóstol cuando dijo: Siendo justificados gratuitamente mediante la redención que todos tienen en Jesucristo[6]. Somos justificados gratis, sí, pero comprados a un precio muy alto, la redención que está en Cristo Jesús.
Mas tocando ya en retirada, os diré en pocas palabras qué debemos llevarnos a casa de cuanto se ha dicho aquí, para que no parezca que hemos oído el sermón en vano. Lo primero, que demos gracias eternas a este divino Espíritu, que desciende hoy sobre los apóstoles, pues no se nos excluye a nosotros de participar en esta gracia, ya que por nosotros se derramó este don sobre los apóstoles. Cuando Dios decretó edificar el templo de su Iglesia con piedras vivas, debió crear los artífices que ejecutaran su obra. Nosotros somos esa obra y ese templo para el que se buscaron los artífices. Esto lo insinúa muy claro el Apóstol, cuando escribe a los Corintios: Porque todas las cosas son vuestras, bien sea Pablo, bien Apolo, bien Cefas; el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro: todo es vuestro[7], esto es, hecho para vuestro bien.
Lo mismo que un padre noble, que paga bien al preceptor de su hijo, para que lo eduque con mayor interés, no sólo honra al preceptor, sino también al propio hijo, así, cuando en el día de hoy llenó Dios a los apóstoles con su Espíritu, y con este gran beneficio le quedaron ellos obligados, también nos hizo deudores de ese beneficio a nosotros, por cuya salvación tan generosamente se derramó sobre aquellos. Sin olvidar además que este mismo Espíritu, como señalamos al principio, estará con nosotros para siempre, para guiarnos él mismo a la vida eterna y feliz con su invisible gobierno, su magisterio y su aliento.
Son dos los mundos que debéis contemplar en este único mundo: uno natural, otro sobrenatural; uno, cuyo fin es el ser de naturaleza, otro cuyo fin es el ser de gracia, esto es, el ser sobrenatural y divino. Pues así como Dios, creador de la naturaleza, primer motor y causa primera, con su providencia eterna está presente en todas las cosas que hay en la naturaleza, y con su omnipresencia las dirige a sus fines propios. Así también el Señor, que es autor de la gracia y la felicidad, se comporta en el otro mundo sobrenatural, esto es, en la Iglesia, de un modo similar, insinuándose de un modo invisible y oculto a las mentes de los justos, y llevándolos con virtud sobrenatural a un fin sobrenatural, mediante las obras de justicia y piedad.
Lo segundo, que demos gracias también a nuestro Salvador con el mismo afecto y entusiasmo, pues con sus méritos y oraciones se ha derramado en nosotros este don tan precioso.
Concluimos en tercer lugar que quienes rechazan el camino de la virtud por duro e inaccesible, vagan errantes por todo el cielo, porque no conocen al no experimentarla nunca, la fuerza del Espíritu Santo, sin cuyo auxilio, os aseguro que el camino de la virtud es aún más difícil de lo que ellos creen. Pero si él alienta, es tan fácil y suave, que con razón dijo el profeta: Me he deleitado más que en todos los tesoros, en seguir el camino de tus preceptos[8].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV, F.U.E. Madrid 2002, p. 198-203

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía



[1] Mc 16, 15
[2] Jn 7, 37
[3] Is 55, 1
[4] Ct 8, 7
[5] Sb 7, 9
[6] Rm 3, 24
[7] Co I 3, 22
[8] Lc 11, 10

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