miércoles, 22 de mayo de 2013

Sermones de tiempo: De la Santísima Trinidad II

       Si fueron afortunadas aquellas ocho almas que al destruirse el mundo se salvaron en el arca de Noé ¿qué felicidad tendremos nosotros que, sumergido casi todo el mundo en las aguas de la infidelidad, permanecemos en el arca del verdadero Noé, la Iglesia de Cristo, y estamos seguros y a salvo de este naufragio grande de la fe? ¿Qué merecidas gracias daremos al que nos honró con semejante don, que nos dio la fe y nos la conservó hasta hoy íntegra y pura entre tantos vendavales de la fe?.
         Siendo esto así, hermanos, con razón se ha de culpar, o más bien llorar, a los que reciben en vano este don de Dios, esto es, a los que tienen su fe ociosa, como espada metida en la vaina, de la que no quieren usar para cortar las pasiones de su carne. A estos reprende el apóstol Santiago cuando dice: ¿De qué servirá, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Es que podrá salvarle la fe?[1]. ¿De qué sirve que tengas maestro de algún arte, si no obedeces sus normas? ¿Qué aprovecha ir al médico, si no se toman las medicinas que prescribe? ¿Qué importa que tengas un guía en un camino difícil, si no sigues sus indicaciones?.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 156-7

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía



[1] St 2, 14

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