sábado, 8 de diciembre de 2012

Apártate del mal y haz el bien



         Siendo tentado para hacer alguna obra mala, no sólo no consientas con la tentación, mas antes de la misma tentación saca ocasión de virtud, y con tu diligencia y con la gracia de Dios no serás peor por la tentación sino mejor, y así todo vendrá por tu bien. Si fueres tentado de lujuria o de gula, quita un poco de los regalos que de antes tenías, aunque sean lícitos, y acrecienta más a los santos y piadosos ejercicios que acostumbrabas. Si eres combatido de escaseza y avaricia, acrecienta las limosnas acostumbradas. Si eres estimulado de la vanagloria, tanto más te humilla en todo y por todo. De esta manera por ventura temerá el demonio tentarte de ahí en adelante, por no te ser ocasión de buenas obras; el cual siempre desea que las hagas malas. Mira que ningún vicio tengas por leve. Aunque sea venial; porque el pecado venial, puesto que no mate al alma, todavía la aparte del fervor de la devoción,  y hace al hombre pesado y tibio para el bien, y escurece el entendimiento para conocer a Dios, y poco a poco de pequeños pecados se acostumbra a pasar a grandes. Así que has de aborrecer y huir de todos los pecados así veniales como mortales y arrancarles de raíz, al menos corta cada día una rama del tronco vicioso y acrecienta alguna cosa a las buenas costumbres. Guárdate de pensar que serás perfectamente justo con solamente no hacer mal; mas conviene que quieras hacer o hagas bien. Porque el profeta dice apártate del mal, luego añadió y haz el bien[1].
         Éstos son los principales remedios que tenemos contra estas siete pestes y cabezas de todos los vicios; y si quieres uno sólo que valga por todos éstos y que te sea un escudo general contra todos los pecados, pon los ojos en Cristo crucificado, y ahí hallarás remedio. Cuando a los hijos de Israel heridos de Dios en el desierto con infinitas serpientes ponzoñosas, cuyas mordeduras súbitamente mataban, por ruegos de Moisés les fue dado este remedio: hicieron una serpiente de cobre y pusiéronla sobre un madero para que la viesen todos los que de las serpientes eran heridos, cuya vista los libraba de la ponzoña y llagas que habían recibido[2].


Fray Luis de Granda, Obras Completas, t. XX, F.U.E. Madrid 1998, p. 445-7
(Transcripción del portugués de José Luis de Almeida Monteiro, Traducción de Justo Cuervo)




[1] Sal 33, 15
[2] Nm 21, 9

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