lunes, 3 de diciembre de 2012

Francisco de Javier en tiempos de fray Luis de Granada


            Javier, nada más llegar a casa y para aprovechar el correo urgente que el rey iba a enviar a su embajador en Roma, en el que daba cuenta al Papa de la muerte del infante su hermano[1], se apresuró a escribir a Ignacio de Loyola. Le contaba cómo había oído en confesión a los presos en las cárceles y que el rey, si no fuera por la muerte de don Duarte, hubiera enviado con este correo carta a Su Santidad y al cardenal Santiquatro para que ayudara a la naciente Compañía de Jesús en sus complejos trámites en Roma. Luego añadía: El rey está tan recogido que nadie le habla de negocios. Ha sentido mucho la muerte de su hermano, el infante. Pasando algunos días, haremos que escriba a todas esas personas que nos hacéis saber. También le comunicaba que eran seis ya los compañeros en Portugal, todos conocidos en París. Entre ellos estaba uno que quería marchar con Rodrigues y Javier a las Indias, que se llamaba Gonzalo Madeiros, originario de Tras-os-Montes, al norte de Portugal, y que conocieron en el colegio de Santa Bárbara de París. Su hermano Francisco era el secretario de la Casa de la India. Yo vi cómo un día acudió a Javier y le dijo. Pedid licencia a Roma, Maestro Francisco, para que en tres fiestas podamos tomar órdenes los que no las tenemos y poder así partir con vos a las Indias. Javier aceptó. Y además urgía en la carta, por amor de nuestro Señor los trámites para obtener el documento o breve del Papa para poder partir cuanto antes.
         Así andaban las cosas, cuando ya estábamos de nuevo dispuestos a seguir al rey a Almeirin, y otro imprevisto retrasó el traslado.
         -¡El rey de Francia ha levantado la prohibición de navegar a Malagueta en África y al Brasil! –vino contando un día Simón-. Parece que quiere permitir a todos comerciar y equipar navíos. Don Juan III está preparando una flota con un cargamento de piedras, yeso y albañales para construir un fuerte en defensa en las costas africanas…
         El mismo día que Noroña galopaba a uña de caballo hacia París, salimos finalmente con el rey, la reina, sus hijos, hermanos y el resto de la Corte rumbo a Almeirim…
         A Rodrigues, Javier, micer Paulo, Madeiros y a mí mismo el rey nos asignó una blanca casuca cerca de la residencia de la infanta María, con puerta al gran jardín del castillo. Aquel palacio era un lugar de ensueño para invernar, situado entre el río Alpiaça y las praderas pantanosas de Muge…
         Los padres Rodrigues y Javier no paraban de confesar todo el día. Se habían hecho famosos entre los cortesanos y habían conseguido que aquella corte ociosa, que seguía al rey, fuera los domingos a comulgar. No sé si era el ejemplo del rey o la capacidad de persuasión de aquellos hombres, el caso es que, como decía Javier, aquí no llega ningún negociante, que primero no busque negociar con Dios que con el rey. Esta cola de cortesanos les impedía encontrar tiempo para predicar. Para mí que era el encanto de Javier, que, de noble cuna, sabía hollar con naturalidad alfombras y desenvolverse con mucho garbo en la corte.
         Un buen día, mientras paseaba por el bosque ví a un jinete que enfilaba el sendero de palacio a todo galope: Es un correo del rey, me dijeron. Aquella tarde Javier que regresaba de catequizar niños en Santarem, parecía más contento que de costumbre.
         -¿Sabéis, Mendes, que hemos tenido correo de Roma? ¡Finalmente ha sido aprobada nuestra orden!. El cardenal Guidiccioni ha dado su brazo a torcer, gracias a nuestros amigos el duque de Ércole y su hermano el cardenal de Terrena, junto al influjo de Contarini, el rey de Portugal y otros bienhechores y amigos de la Compañía. Ya el monarca no tendrá que escribir, como había prometido, al rey de Francia.
         -¡Es como si el cardenal se hubiera convertido! –comentó Simón-. Aunque inicialmente nos limitan el número de profesos a sesenta, ya tenemos aquí la ansiada bula que aprueba la Compañía de Jesús. No olvidaré su nombre: Regimini militantes Ecclesiae[2]. Mirad, Ignacio nos ha enviado una copia.
         A mí lo del Breve de los jesuitas me importaba bien poco, tanto como si éstos convirtieran o no a muchos nobles en la corte. Estaba conteniéndome para no preguntar sobre lo que realmente me interesaba, si partiríamos o no a la India. Había oído cuchicheos los últimos días: que si el rey les había cogido tal cariño que no querían que abandonasen palacio; que si iban a fundar colegio en Coimbra; que si habían escrito a su fundador Ignacio, preguntándole qué hacer. Cuando Rodrigues mencionó el tema, se debieron iluminar mis ojos.
         -También tenemos noticias sobre el viaje. Maestro Ignacio nos ha respondido a nuestra consulta. Fue personalmente a postrarse ante Su Santidad Paulo III, pues ya que él nos había destinado a la India, él debía resolver el dilema-. El Papa le contestó que debía dejar todo al parecer del rey de Portugal. Pero Ignacio añade en su carta que si el rey desea conocer su opinión, es ésta: que el Maestro Javier pase a las Indias[3] y que yo me quede en Portugal, para procurar la fundación del colegio de Coimbra, acrecentar aquí nuestra Compañía y proveer en el futuro para aquellas misiones[4].

*****

         Cuando Francisco de Javier pasa por Lisboa Fray Luis está en Córdoba; Fray Luis de Granada y Juan de Ávila ya conocen y aprecian a la Compañía de Jesús, como es sabido; cuando se traslada a Portugal en 1550, tanto en Évora como en Lisboa, será un decidido defensor de los jesuitas, como relata fray Álvaro Huerga en la biografía del escritor[5]:

         La naciente Compañía ignaciana tuvo en contra vientos y mareas; pero contó también con valiosas ayudas. El duque de Gandía, al abandonar el mundo por seguirla, asombró a media España y fue el personaje más en vista del novísimo instituto religioso. San Ignacio no lo desaprovechó, y lo nombró comisario. En el ejercicio de su cargo desplegará una eficacísima labor de afianzamiento y expansión. Entre los menesteres de su oficio estaba el informar cuidadosamente al padre Ignacio de los avances y problemas cotidianos, faena que el antiguo duque cumplía con escrupulosa solicitud.
         El 26 de febrero de 1556 le comunica que no falta quien ladre. Para un buen entendedor, la mesurada cláusula no entraña ningún misterio: se refiere a Melchor Cano, que no cejaba de irse de la lengua contra la creciente y singular institución. Cano, además de irse de la lengua, se iba también de la pluma.
         Fray Luis de Granada, que tan inequívocamente se pronunció por la Compañía en Évora, sale ahora, 31 de marzo de 1556, al campo epistolar a defenderla. Sabemos que era amigo del padre comisario, y esto nos induce a suponer, como hipótesis, que a él contesta:
Acuérdese vuestra reverencia que los sembrados a tiempos han menester blandura, y a tiempos helada y seca, para que con lo uno suban a lo alto, y con lo otro arraiguen en lo bajo; y lo mismo han de menester las plantas espirituales que Dios planta en su Iglesia, para ser en ellas glorificado: porque así como con las alabanzas, cuando no son demasiadas, crece la virtud, así con las tribulaciones la fortaleza’ [6].
Desde Lisboa ve salir las naves que por la costa africana se dirigen hacia las Indias con su carga de mercancías y personas deseosas de una vida más próspera. Fray Luis recuerda, sin duda, el tiempo en que se sintió llamado a evangelizar a los indios, y ofrece a los misioneros como Francisco de Javier, un Breve tratado, que les ayude en la faena de proponer la doctrina cristiana a los nuevos bautizados:
’allí, en Lisboa, puerto y plaza de las Indias Orientales, contemplaba las naos lusas y veía a los marineros trepar por las cuerdas y subir a la gavia y extender las velas; allí tenía ocasión de dialogar con los que iban y, sobre todo, con los que venían, contando, fabulando maravillas. Al viejo fray Luis, al misionero fray Luis, se le esponjaba el alma. Y, ni corto ni perezoso, escribió este breve tratado, que más que un catecismo es una autoconfesión’ [7].



[1] Ocurrida el 20 de octubre de 1540
[2] Dada en Roma el 27 de Septiembre de 1540
[3] Después de permanecer 8 meses en Lisboa, sale para las Indias. La expedición sale el 7 de abril de 1541
[4] PEDRO MIGUEL LAMET, El aventurero de Dios, Francisco de Javier, ed. La esfera de los libros, Madrid 2006, p. 45-48
[5] ÁLVARO HUERGA TERUELO O.P. Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988, p 96-7; y 116-7
[6] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 32
[7] ÁLVARO HUERGA TERUELO O.P., Fray Luis de Granada, B.A.C. Madrid 1988, p. 279

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