domingo, 6 de enero de 2013

El Libro de la Naturaleza


         A la cabeza de los temas más representativos de la Primera Parte de la Introducción del Símbolo de la fe, se encuentra como era esperable, el del ‘Libro de la naturaleza’, tema que con sus variaciones diferenciadas, constituye uno de los asuntos predominantes, desplegándose por extenso, y brillantemente, en un pasaje del capítulo II que, a mi juicio, es uno de los fragmentos más elocuentes y capitales que nunca se hayan escrito a vueltas del símil:

         ¿Qué es, Señor, todo este mundo visible sino un espejo que pusisteis delante de nuestros ojos para que en él contemplásemos vuestra hermosura?. Porque es cierto que, así como en el cielo vos seréis espejo en que veamos las criaturas, así en este destierro ellas nos son espejo para que conozcamos a vos. Pues según esto, ¿qué es todo este mundo visible sino un grande y maravilloso libro que vos, Señor, escribisteis y ofrecisteis a los ojos de todas las naciones del mundo, así de griegos como de bárbaros, así de sabios como de ignorantes, para que en él estudiasen todos, y conociesen quién vos érades?¿Qué serán luego todas las criaturas deste mundo, tan hermosas y tan acabadas, sino unas como letras quebradas e iluminadas, que declaran bien el primor y la sabiduría de su autor? ¿Qué serán luego todas estas criaturas sino predicadoras de su Hacedor, testigos de su nobleza, espejos de su hermosura, anunciadoras de su gloria, despertadoras de nuestra pereza, estímulos de nuestro amor, y condenadoras de nuestra ingratitud? Y porque vuestras perfecciones, Señor eran infinitas, y no podía haber una sola criatura que las representase todas, fue necesario criarse muchas, para que así a pedazos, cada una por su parte nos declarase algo dellas. Desta manera las criaturas hermosas predican vuestra hermosura, las fuertes vuestra fortaleza, las grandes vuestra grandeza, las artificiosas vuestra sabiduría, las resplandecientes vuestra claridad, las dulces vuestra suavidad, las bien ordenadas y proveídas vuestra maravillosa providencia….¿Quién no se deleitará de la música tan acordada de tantas y tan dulces voces, que por tantas diferencias de tonos nos predican la grandeza de vuestra gloria?[1].

         El interés ideológico de esta bella argumentación estriba en que compendia el punto clave de toda la Primera Parte, a saber que la Creación entera es un instrumento de Dios para orientar y conducir a los hombres hacia Él.

Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la fe,  edición de José María Balcells, ed. Cátedra, Madrid 1989, p.71-72







[1] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, t. IX, F.U.E.,  Madrid 1996 p. 42-3

No hay comentarios:

Publicar un comentario