martes, 1 de enero de 2013

Carta al rey de España Felipe II


Católica Majestad
Ya que tomé atrevimiento para ofrecer a V. M. este tan pobre presente, también lo tomaré para ofrecerle con él mis pobres oraciones, aunque éste no es oficio nuevo, porque muchos años ha que lo hago, aunque pobre e indigno sacerdote, puesto que more en otros reinos, los cuales esperamos que presto sean de V. M., para que así como la fe que con su favor se ha dilatado por las partes de Occidente, así se dilate por las de Oriente, y así lo que el demonio ha ganado en la desventurada Alemania, lo pierda en estos Nuevos Mundos que él hasta agora ha poseído. Y no es de maravillar que todos hagan este mismo oficio, porque quien considerare que Dios escogió a V. M. en estos tiempos tan calamitosos para que fuese defensor de la república cristiana, columna de la fe, muro contra herejes y paganos, vara derecha de justicia, reformador de las religiones y ejemplo de virtudes, no tenga este cuidado de pedir a nuestro Señor conserve esta candela, que Él nos ha dado, por muchos años. Y si nuestro Señor, de pocos días a esta parte, ha llevado a su reino algunas personas muy conjuntas a Vuestra Majestad, sepa que éste ha sido aviso de Padre, para que, además de la luz que Él le ha dado, conociese por experiencia que todo ese poder tan grande está en las manos de Aquél que tiene las llaves de la muerte y de la vida, sin el Cual todo el poder humano es nada; y por aquí entenderá Vuestra Majestad a Quién ha de recurrir en todos sus negocios, y en Quien ha de poner toda su confianza, acordándose del psalmo que dice: Hi in curribus et hi in equis, nos autem in nomine Dei nostri invocabimus[1]. Y lo que dice el Sabio: equus paratur ad diem belli, Dominus autem salutem tribuit[2].
Admirable historia es la batalla de las once tribus contra solo la tribu de Benjamín, que fue de cuatrocientos mil hombres de pelea contra veinticinco mil; y siendo tantos aquellos, y teniendo causa justísima, y habiendo primero consultado a Dios y señaládoles Él mismo capitán, fueron estos muchos dos veces vencidos de aquellos pocos, no por más de ir confiados en la grandeza de su poder: tanto desagrada a Dios esta confianza en sus propias fuerzas, cuyo castigo suele ser que vean por experiencia que en solo Dios se ha de poner la confianza, como lo conocieron éstos, y con este conocimiento volvieron a la batalla y salieron vencedores, destruyendo y aniquilando todo el poder de los contrarios[3].
Historia es ésta digna de que Vuestra Majestad la lea; y si alguna vez tomare Vuestra Majesta este mi libro en las manos, será gran merced para mí; pero mayor será leer Vuestra Majestad los libros sagrados de los Reyes y el Paralipómenon, y así verá cómo todos los reyes que fueron grandes honradores de Dios gozaron de grandes prosperidades y victorias, y todos los que no lo fueron padecieron grandes calamidades.
Y perdone Vuestra Majestad este postrer atrevimiento, que es de vasallo que mucho le ama y desea servir: Cuya Real y Católica Majestad prospere siempre nuestro Señor y favorezca el cielo.
De Almeirín, a 30 de enero (de 1580)
Siervo y vasallo menor de vuestra C. M.

                                                                       Fray Luis de Granada

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XIX, F.U.E. Madrid 1998, p. 56-7





[1] Sal 19, 8
[2] Pr 21, 31
[3] Cf. Jc 20, 18-48

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