miércoles, 2 de enero de 2013

Amistad con San Juan de Ribera


Fray Luis dedicó su sermón a don Juan de Ribera: es la primera vez que encontramos juntos a fray Luis y a Ribera, entre los que está naciendo, o ha nacido ya, una amistad entrañable[1]. Una amistad que, como casi todas las de fray Luis con obispos, está tensada por tirantes de preocupación reformista.
         ¿Quién es don Juan de Ribera? ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo intimaron sin llegar nunca a verse cara a cara? [2].
Juan de Ribera había nacido en Sevilla, en 1532, de una relación de don Perafán de Ribera, duque de Alcalá y luego virrey en Nápoles con Teresa de los Pinelos…
         Esta amistad que brotó a raíz de la aparición del Libro –Sotomayor había sido el censor- cuajó rápidamente, y a la altura en que estamos, 1565, es ya antigua, honda, fructuosa, bella, eclesial.
         Don Juan de Ribera fue preconizado obispo de Badajoz el 27 de mayo de 1562. Su entrada en la diócesis fue un acontecimiento, no tanto por la gallardía y la juventud de don Juan cuanto por su voluntad de ser un obispo tridentino. ¡Nobleza obliga! ¡Obispado también!.
         Fray Luis había predicado mucho por tierras de Badajoz, y, por consiguiente, conocía la diócesis y sus necesidades. Es natural que, siendo amigos, se carteasen; y que siendo fray Luis más viejo y experimentado, echase la mano del buen consejo.
         Del 15 de noviembre de 1565 es una carta de fray Luis, en la que espolea al obispo amigo. El valor autobiográfico del la carta se me antoja excepcional, y ahí va:

         Reverendísimo y muy Ilustre Señor:
       Con la licencia que Vuestra Señoría me tiene dada por ciego, tomo atrevimiento a escribirle por mano ajena, aunque quisiera no serlo, para que los negocios en que ahora anda, que son los mayores que puede haber: porque todo el peso de la salud del mundo pendía de este Concilio universal (Trento)y de la ejecución que se ha de proveer de los Concilios provinciales, porque lo uno sin lo otro no basta, como para ver de entender no basta el entendimiento posible si no hay entendimiento agente. Pero como las llagas de la Iglesia son tan grandes y tan antiguas, no me parece que se pueden curar con solos tinta y papel, quiero decir con solas ordenaciones y  palabras, si no hay juntamente obras y vida en los que son cabezas de la Iglesia, porque a éstos seguirán luego los inferiores, 'iuxta illud: qualis rector civitatis, tales et inhabitantes eam'[3].Y si a esto no mueve a los prelados la calamidad presente de la Iglesia, no sé qué cosa haya en el mundo que los pueda mover: porque con estar la Cristiandad estrechada en un rincón de Europa, en nuestros días se ha perdido con tantas herejías no sólo un reino, sino muchos reinos y provincias y cuasi la mitad de la Cristiandad. Y sabemos que esta tan grande tempestad tomó ocasión de las personas eclesiásticas; y así, todo el intento de esta secta perversísima es querer que no haya Iglesia, pretendiendo destruir y anular todas las religiones y todos los grados de la jerarquía eclesiástica; y así Nuestro Señor ha permitido por justo, aunque oculto juicio, que en tantas parte la hayan extinguido. Y mucho es para temer que, no habiendo en la Iglesia reformación, el mismo Dios y la misma causa, pronuncia la misma sentencia, mayormente viendo que no escarmentamos en cabeza ajena: porque así lo hizo Dios con el reino de Judea, viendo que no había escarmentado con en castigo del reino de Israel, y así dice por Ezequiel: et vidit praevaricatrix Juda quod pro eo quod moechata esset adversatrix soror eius Israel, abiecissem eam, et dedissem ei libellum repudii, et non timuit, etc. Y luego añade: in via sororis tuae ambulasti, calicen sororis tuae bibes[4].
         Ni debemos confiar en decir que no le queda a Dios altar libre en el mundo si España se pierde, porque tampoco le quedaba después de destruido Israel más que solo Judea, y, porque continuó sus pecados, dixit Dominus: etiam Judam auferam a facie mea[5], y así lo hizo.
         Ni tampoco debemos confiar en la potencia de España y autoridad del Santo Oficio que defiende la fe, porque cuando hay pecados y Dios quiere castigar, ni la potencia del Imperio romano basta contra su ira, ni otras monarquías tan poderosas, que por esta causa se deshicieron. Y en harto peligro se vio ahora la Cristiandad si Malta se tomara (por los turcos). Y ya otra vez se perdió España por pecados que ahora le faltan, mayormente llegando ya las herejías a los montes Pirineos. Florentísimo y segurísimo reino fue siempre el de Francia, y el otro día estuvo a punto de perderse con una revuelta con ocasión de las herejías. Y si estas tan grandes, tan presentes y tan vecinas llamas y castigos de Dios no bastan para mover a los prelados a reformar sus casas y cortar un poco de lo que arrastra, sospecharé que vendrán a cumplirse en nosotros aquellas palabras del Señor que en el libro de Josué se escriben: Domini enim sentencia fuerat, ut indurarentur corda eorum (regum scilicet Canaam) et caderent, et nullam mererentur clementiam[6]. Crea Vuestra Señoría que, según los pecados que veo en el mundo, y los gastos y excesos en comer, y beber, y vestir, y jugar, he gran miedo a algún azote grande.

La reflexión apocalíptica prosigue a ojo abierto y dolorido. Nos imaginamos a don Juan de Ribera conturbado por su lectura. Lo que fray Luis trata de inculcarle es la realización vital del programa de reforma esbozado en Trento, y que no se quede en papel entintado. A Ribera se le presentaba una gran ocasión: el concilio de la provincia compostelana, a la que pertenecía Badajoz, y que se iba a celebrar en Salamanca. Al unísono con fray Luis, San Juan de Ávila espoleó por su parte, a don Cristóbal de Rojas, obispo de Córdoba, en quien, por la desdicha del titular, recayó la presidencia del Concilio provincial de Toledo
         Maestro y discípulo, Ávila y fray Luis, aparecen en aquella coyuntura desvelados por el ‘negocio de la Cristiandad. Que era, en resumidas cuentas, negocio de reforma. No de ‘autos de fe’, ni de encarcelamientos, ni de ‘Catálogos’ y vedas de libros, medidas todas negativas o, a lo más, preventivas[7].




[1] Cf. JEDIN, HUBERT, Il tipo ideale de vescovo secondo la reforma católica, Brescia 1950
[2] HUERGA, ALVARO, San Juan de Ribera y fray Luis de Granada: dos cuerpos y una misma alma Teología espiritual 1961, p. 105-132; Fray Luis de Granada, B.A.C., Madrid 1988, p 169-172
[3] Ecl 10, 2
[4] Jer 3, 8 y Ez 23, 31-2
[5] Re IV, 23, 27
[6] Jos 11, 20
[7] Tomado de HUERGA, ÁLVARO, Fray Luis de Granada, B.A.C., Madrid 1988 p.169 -172

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