miércoles, 2 de enero de 2013

El don de la sabiduría en santo Tomás


AVE MARÍA

         Como nuestro sermón de hoy debe tratar del altísimo don de la sabiduría, veamos primero qué es la sabiduría; y cómo ésta consiste en un conocer, conviene saber que el conocimiento de las cosas es doble: algunas las conocemos porque de ellas hemos leído u oído mucho; otras, en cambio, porque en nuestra experiencia hemos probado su fuerza y su naturaleza. Conoce de manera distinta los dolores de parto la que los ha sufrido y la que sabe de ellos por referencias o lecturas. El amor de un padre no lo entienden igual el que tiene hijos y el que no los tiene.
         De lo cual tenemos un ejemplo muy claro entre los apotegmas (dichos) de los hombres ilustres. Cuentan de Agesilao, rey de los lacedemonios, famoso por sus muchas victorias, que tenía un amor muy grande a sus hijos pequeñitos y que, tomando una caña como caballo, cabalgaba con ellos en algún lugar apartado de la casa. Un día cierto amigo y familiar suyo entró de improviso en palacio y se extrañó muchísimo viéndole jugar así; Agesilao entonces le dijo: ‘te pido, amigo mío; que no descubras a nadie mi juego, hasta que también tú hayas sido padre de unos hijos’. Sabía aquel rey sapientísimo de qué modo tan distinto entendemos lo que conocemos por experiencia y lo que aprendemos de otra manera.
         Hay que saber, además, que en esta vida el hombre tiene de Dios un doble conocimiento: conocemos su bondad inmensa y las demás virtudes y alabanzas por lecturas, especulaciones y discusiones, o bien las experimentamos de algún modo en nosotros mismos cuando tratamos a Dios familiarmente y lo acogemos en nuestro corazón, Sucede esto cuando el hombre experimenta la bondad de Dios con la comunión de los dones divinos; cuando siente su amor en el abrazo espiritual y en el beso íntimo de su espíritu; cuando saborea su dulzura y mansedumbre; cuando aprecia su misericordia conociendo las propias miserias; y su largueza y generosidad en los beneficios diarios que siempre recibe de él. Este conocimiento, que se logra con el magisterio del Espíritu Santo, es aquella divina sabiduría que ocupa el lugar primero entre los otros dones y a la que se ordenan todos ellos.
         La palabra ‘sabiduría’ procede de ‘sabor’, de modo que sabiduría es como una ciencia sabrosa y suave. Su objeto está en la contemplación profunda de la bondad y la belleza divina, en la cual, dicen los teólogos, que está la única felicidad que se puede lograr en esta vida; una contemplación en la que a veces se gozan tanto los justos, que los sentidos del cuerpo pierden toda la facultad de sentir…
         De todo lo cual da fe el ejemplo extraordinario de santo Tomás, quien muchas veces cuando oraba se abstraía tanto de sí que perdía toda sensación y movimiento.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XL, F.U.E. Madrid 2003, p.40-3
(Traducido por Ricardo Alarcón Buendía)

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