viernes, 11 de enero de 2013

La Introducción del Símbolo de la fe I


        La Introducción del Símbolo de la fe es a la vez la obra maestra y la más extensa de fray Luis: ‘enciclopedia de la religión cristiana a la luz de la concepción española del mundo’ como la llama Pfandl. Consta la obra de cuatro partes esenciales: en la primera se extiende en comentarios sobre las bellezas de las cosas creadas –el firmamento, los elementos, los animales, las plantas, el hombre con sus potencias y sentidos-, para elevarnos por su contemplación hacia el conocimiento y el amor de Dios (y ésta es la parte de su producción donde abundan especialmente las maravillosas descripciones de la naturaleza que hemos mencionado); en la parte segunda canta las excelencias de la fe, exponiendo los fundamentos de la doctrina cristiana y las diez y seis preeminencias del Cristianismo, y refiere la historia de diversos mártires con cuya fortaleza se entroniza el triunfo de la religión de Cristo sobre la idolatría; la parte tercera explica el misterio de la Redención, con los veinte frutos del árbol de la Cruz, las figuras alegóricas del misterio de Cristo en el Antiguo Testamento y las enseñanzas de los profetas, representando en su conjunto un tratado de divulgación bíblico-teológica; en la parte cuarta torna al misterio de la Redención, pero explicándolo a través de las profecías, siendo aquí donde alcanza la obra una mayor profundidad doctrinal, que no impide las frecuentes bellezas, aunque tengan éstas mayor lugar en la primera parte. Expone en ésta, como idea fundamental, la estimación que debemos hacer de la hermosura de las criaturas como reflejo de Dios y camino hacia Él: ‘El justo –dice- ha de mirarlas como a unas muestras de la hermosura de su Criador, como a unos espejos de su gloria, como a unos intérpretes y mensajeros que le traen nuevas dél, como a unos dechados vivos de sus perfecciones y gracias, y como a unos presentes y dones que el esposo envía a su esposa para enamorarla y entretenerla hasta el día en que se hayan de tomar las manos y celebrarse aquel eterno casamiento en el cielo. Todo el mundo le es un libro, que le paresce que habla siempre de Dios, y una carta mensajera que su amado le envía, y un largo proceso y testimonio de su amor’. Comentando este párrafo escribe Menéndez Pelayo:
       
        ‘A desarrollar esta idea ha consagrado el venerable granadino una parte muy considerable de su Introducción del Símbolo de la fe, obra para la cual le dieron la primera  inspiración y muchos materiales los dos Hexaemerones de San Basilio y de San Ambrosio, y los Sermones de la Providencia, de Teodoreto. Esta hermosísima descripción de las maravillas naturales bajo el aspecto de la armonía providencial, debe citarse como uno de los primeros ensayos de la parte que hoy llamamos 'física estética', aunque aparezca infestada de los errores dependientes del atraso de las ciencias naturales en el siglo XVI. Pero si falta muchas veces exactitud, y el autor se deja ir con nimia credulidad a tener por cosa cierta cuanto ve escrito en Plinio y en Solino, jamás pierde las ventajas de su magnífica elocuencia, empapada en un amoroso sentimiento de la naturaleza, muy raro en nuestra literatura, y más en la del Siglo de Oro[1]


JUAN LUIS ALBORG, Historia de la Literatura española, t. I: Edad Media y Renacimiento, ed. Gredos, Madrid 1975, p. 883-4



[1] MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO, Historia de las ideas estéticas en España, La estética platónica, p. 87

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