jueves, 31 de enero de 2013

La paciencia y misericordia divinas

Esto es lo que san Lucas quiso decir en los Hechos de los apóstoles, cuando para describir la conversión de Pablo hace esta introducción: Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor[1]. Es decir, mientras Pablo asolaba la Iglesia de Cristo, éste lo hacía partícipe de los arcanos celestiales. Cuando aquel tramaba destruir el nombre de Cristo, fue elegido por éste para dar a conocer su nombre por el mundo entero. En fin, cuando Pablo se afanaba por arrancar la fe del evangelio, fue destinado a pregonar esa fe. ¿Qué haces, Señor? ¿No ofenden tantos crímenes los ojos de tu majestad?. Cierto que sí; pero no miro yo solamente el ultraje que los pecados hacen a mi majestad, sino que además laceran y pierden el alma  del pecador.
       Son muchos los que, confiados en esta paciencia y misericordia tan grandes de la bondad divina, cuanto más clemente los mira Dios, con más licencia y pecados piensan ellos que pueden vivir impunes. Tal perversidad, hermanos, me lleva a pensar que hemos llegado al extremo de que nos debiera atemorizar más lo que más tendría que haber alimentado nuestra esperanza. ¿Qué mejor fundamento para la esperanza, que la misericordia de Dios? Pero de ella algunos toman licencia para vivir con más descuido, cuando más bien deberían tomar de ella materia de caridad y piedad. Sucede así que se hacen indignos de su misericordia, porque en cierto modo la toman como aliada de sus crímenes. Si a la misericordia, cuyo solo nombre es de por sí dulce, nos la hacemos contraria y temible ¿qué tendrán por grato y gozoso los malvados y los impíos? ¿Qué esperanza de salvación le queda al enfermo que rechaza las medicinas de su curación y al médico que lo cuida?.
       Ya veis, hermanos, en qué peligro se mueven los que abusan de la paciencia y misericordia divinas.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 284-5
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)





[1] Hch 9, 1

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